Elijo dos afirmaciones de López Obrador en la noche de ayer
que, en mi opinión, trascienden las épocas y el propio territorio nacional: el
combate a la corrupción como su principal batalla; la negación a implantar una
dictadura, abierta u oculta.
La corrupción es el eje transversal del ejercicio de
gobierno en este país, un mal que afecta a lo político, lo administrativo y
comercial, lo militar y policial, y alcanza la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Y lo es desde hace décadas. La corrupción implica la costumbre del engaño, la
mentira, la hipocresía, ingredientes esenciales de la deshonestidad. La corrupción
afecta el erario de los ciudadanos y es ella quien sostiene al crimen
organizado, que sin los favores de los corruptos quedaría acorralado, desvinculado
de la vida civil y sin apoyo de los mandos locales y verticales de gobierno, a
expensas del acoso de una justicia desprovista de corrupción, claro.
Lo sabe Andrés Manuel: la corrupción, al grado en que se
registra en México, impediría llevar a cabo con éxito el proyecto de justicia
social que es la razón de ser de su movimiento. Abatirla, o al menos reducirla
al mínimo posible, asediarla con constancia, haría viable la iniciación de ese
proyecto durante el sexenio que se avecina.
El candidato favorecido, en el inicio de su primera intervención
tras los resultados preliminares de la elección, decidió dar tranquilidad a los
más inquietos, al afirmar en tono categórico que no se convertirá en un
dictador. Decirlo a priori, es
establecer una ruptura con esa izquierda en el poder que luego de prometer
inclusión hizo todo lo contrario; al ser incapaz de escuchar a los no
coincidentes con sus criterios eligió la vía de la censura y la descalificación,
lo que la llevó a un lamentable aislamiento, de dramáticas consecuencias para
sus pueblos.
La afirmación de Obrador se vincula así mismo con esa tradición
de caudillismo que en nuestra América ha arruinado los mayores propósitos.
Porque el caudillismo conduce directamente a la desconfianza en el ejercicio de
los demás, especialmente las jóvenes generaciones, algo que alimenta ese
desmedido afán por perpetuarse en el poder. Sobran ejemplos.
Es alentador, intuir que AMLO se alinea con proyectos menos
escandalosos, pero tan eficaces como el de Uruguay. Aunque con la ventaja de
ser un país pequeño, hay allí una cantera de logros sociales a imitar.
López recogió la ira popular creciente desde 20 años atrás y
la hizo su patrimonio. Pero la ira es un elemento riesgoso y su utilidad deberá
ser siempre transitoria. Una vez en el poder, la furia y el resentimiento deberán
transformarse en voluntad de participación, en la creatividad necesaria a la
fundación de un país distinto, en el cual la energía se dedique a encontrar las
afinidades para abatir los males que lo lastran.
Hace muchos años asistí al nacimiento de una revolución
armada a la que me uní con todo el entusiasmo y la fe de la juventud. La vida
me da hoy la oportunidad de ser testigo de otra pacífica. En ese sentido soy
una privilegiada. Aún me queda una reserva de entusiasmo. También un resquicio de
fe. Son las humildes herramientas con las que me uno a esta nueva posibilidad
para México y América.
ME PARECIÓ EXCELENTE. ME GUSTÓ MUCHO. DIGNO DE QUE LO LEYERAN MUCHA GENTE. UN ABRAZO, M.
ResponderEliminarMuy buena columna, Minerva. Gracias. Vimos desde aca, nerviosos pero esperanzados, el conteo de los votos. Todos por AMLO. Se que su tarea va a ser dificil, pero confio en que puede hacer mucho. Dentro del escenario terrible de tantos paises, Mexico ahora es una luz
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