sábado, 30 de enero de 2010

La calle


Hoy, en mi banca de una esquina, observo la calle y quiero hablar de ella como vía de comunicación.
Por la calle circula el transporte público y el privado, además de las personas. La calle está al centro de la cotidianidad de los ciudadanos en cualquier urbe. Cuando la calle se cierra, como está ocurriendo en el Distrito Federal de México en los últimos tiempos, debido a la instalación de nuevas vías del metrobús o los pasos superiores del circuito periférico, el mundo urbano se embotella. La mayoría llega tarde al trabajo, los niños a la escuela, hasta los establecimientos se abren en otro horario; frente a la presión del tiempo, la gente se pone de mal humor, le contesta feo a los compañeros de trabajo, a la pareja, a quien le sirve en el restaurante y pueden producirse conflictos graves a causa del cierre de una calle urbana.
Las autoridades que están a cargo de reparaciones y construcciones, en el planeamiento de la ciudad, deben tener en cuenta esta alteración en la vida cotidiana de los ciudadanos; hay que ofrecer la información pertinente y, sobre todo, las soluciones frente a la obstrucción eventual.
El primer gesto de los pobladores, por su parte, casi maquinal, es buscar vías alternas. Alejarse de la zona de conflicto para llegar a su objetivo aunque se demore en hacerlo un poco más. Porque no hay otra opción que la de proseguir. Ni modo que nos quedemos quietos, a riesgo de perder el trabajo, o no llegar a la escuela, o dejar de hacer la compra del día.
La vida no se interrumpe por una calle rota.

La calle, como vía de comunicación, ha sido usada en todos los países como escenario de manifestaciones políticas y protestas sociales. Hay grupos que no tienen el menor escrúpulo en tomar las calles durante los horarios que más afectan a transeuntes y automovilistas, con lo cual, lejos de producir simpatias por su causa, provocan rechazo. La policía se mantiene cerca por lo que pueda pasar, pero no interviene a menos que haya enfrentamientos físicos. De los verbales mejor ni hablar.
Así son las calles.
La calle ha sido desde el surgimiento mismo de las ciudades un patrimonio social. O lo que es lo mismo, las calles no pertenecen a nadie, son de todos. Hay casetas de cobro para acceder a las vías rápidas entre una población y otra, que están en usufructo de empresas privadas o del gobierno en cuestión. Pero el tránsito a pie por las calles no está normado, es libre.
Tal vez por eso, las calles han sido escenario de la represión alentada por los gobiernos totalitarios. En su función más trágica, las calles han servido para apresar a luchadores sociales, en ellas se ha golpeado a los contrarios y a menudo se han recogido sus cadáveres. En su acepción más sana la calle es un espacio de encuentro con los otros y de tolerancia a los que son diferentes. Pero también se ha hecho mucho el ridículo en las calles. Ninguna manifestación de la conducta humana es ajena a ellas. Hay borrachos y vendedores; hay bandoleros y artistas; hay locos y prostitutas; hay unos que regresan de su trabajo y otros que los miran desde sus coches; por las calles circula ese producto, hoy en franca decadencia, de la expresión machista que es el piropo; hay, muy a menudo, hombres y mujeres que caminan con toda dignidad, pues no tienen nada que ocultar. Porque lo que sí es un hecho es que desde que existen las calles, la gente se niega a abandonarlas, a transitar por otras vías.
Las calles no pertenecen siquiera a las figuras que sustentan su identidad. Creo que ni a Juárez, ni a Madero, ni a Lázaro Cárdenas, se les habría ocurrido apropiarse de una calle y mucho menos proclamar: Esta calle es mía y por aquí no pasa nadie más que yo. Aún menos se nos ocurre a los herederos de su estirpe creer que la calle Martí se llama así porque por ahí el único que caminaba era él. La sola idea provoca risa.
Por eso abordo hoy este tema, porque me sorprende cada vez más como en algunos países a alguien, en virtud de su poder económico o incluso político, se le ofrece el beneficio de la calle. De pronto vas a entrar a una vía que has transitado desde hace mucho tiempo y lees un cartel: Acceso privado. Y no es el jardín particular, ni el patio de una casa. Es una calle. Y no te queda otro camino que buscar la via alternativa, aunque llegues tarde a tu cita, mientras reflexionas acerca del fenómeno de la propiedad privada: mientras más tienes más quieres. Yo añadiría: mientras más tienes, más miedo te da perder lo que tienes y más represivo te vuelves con tus conciudadanos.
Sé de un hombre que quiso pararse en una esquina y fue desalojado de la calle a empellones e insultos. No me da pena por él, me avergüenzan sus asaltantes.

3 comentarios:

  1. Me alegro de que te hayas decidido a crear este blog. Es otra forma de darse a conocer, otra manera de interactuar, digamos que en un blog, aunque inventes historias, te desnudas de otra manera.
    Ya sabes amiga que me gusta mucho como escribes Y no lo digo por halagarte, lo digo por la vida que se oculta en tus poemas, por tu forma de ver las cosas, las personas y los sentimientos. Me lo has vuelto a demostrar en el blog
    Fantástica la idea y el texto de la calle. Es curioso como le has sacado partido a ese tema. Me encanta tu mirada.

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  2. Me encanta que tengas un blog! ya leí lo que subiste el sábado, me gusta el tema de la calle.

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