lunes, 8 de febrero de 2010

Ascensión de Cosimo


El barón rampante es una de mis lecturas recurrentes. Libro que desde hace años está en mi cabecera y cada vez que lo retomo vuelvo a los árboles donde el personaje de Ítalo Calvino se encontró a sí mismo y a su libertad. Travesía vegetal que llevó a Cosimo, Barón de Rondó, hacia los confines del universo.
No saben cómo me apasiona esta novela. Y, cómo cada vez que vuelvo sobre ella, se me ocurren ideas nuevas. Algunas muy locas, figuraciones escapistas de la realidad que vivimos, pero la mayoría tiene que ver con la noción de libertad que aprendimos y con la libertad real que cada quien construye para sí. Porque hace mucho que pienso, aun antes de mi devoción por Cosimo, que la libertad nace adentro, es un sentimiento interior, posesivo, como el amor; y cómo él, no deja respirar, dormir en las noches, vivir en paz. De ahí que se experimente con distinta intensidad: unos se sumergen en la pasión arrolladora, corren todos los riesgos, abandonan bienes, posiciones y familia, comprometen su futuro en pos de seguirlo, luchar por él. Otros más reflexivos, tal vez calculadores, lo convierten en ideal inalcanzable, lo cubren de nostalgia y a menudo renuncian a él tras estudiar las ventajas y/o desventajas que puede conllevar su presencia. Hay quienes se entregan por única y absoluta vez al amor y al ideal de libertad; hay también picaflores que los viven desde diferentes ángulos y a cada paso encuentran caminos nuevos para intentar alcanzarlos.
II
Vuelvo sobre esta novela cada vez que necesito reencontrar las señales que me dio desde el primer día de su lectura. De nuevo reduzco su esquema a lo más simple, para hurgar en ella: un niño huye de su arbitrario padre y se refugia en los árboles del patio. La familia se sienta a almorzar el 15 de junio de 1767. Cosimo tiene doce años y no quiere comer los caracoles que el padre le impone. Los detesta y aquel lo sabe, pero lo obliga una y otra vez cuando están en la mesa, sólo para mostrar su prevalencia ante la familia. Su rebeldía es impensable. A esa edad la desobediencia se hace muy visible, pero enfrentar la autoridad patriarcal es otra cosa; lejos de los parientes no sobreviviría.
No obstante Cosimo desprecia con arrojo los caracoles y sube a un árbol del jardín. Una vez allí deja pasar las horas, luego los días, y a medida que consigue con el auxilio de su hermano de ocho años, lo necesario para comer y protegerse de la intemperie, encuentra su habitat en los árboles que comunican su patio con el bosque. Construye sobre ellos un espacio ilimitado de libertad, en el cual vive como quiere, hace lo que quiere, se relaciona únicamente con quienes quiere y, cuando sacia el hambre, o se protege del sol y la lluvia torrencial, lo hace como quiere, a través de su propia iniciativa, con su energía y creatividad.
El tiempo pasa, y en la medida que se vuelve adulto, su fama crece, la arboleda se va extendiendo tanto como su mirada, hasta el horizonte. En la plenitud de la novela Cosimo ha construido un mundo que satisface todas sus necesidades y lo ha hecho paso a paso, a su antojo, con cada nueva urgencia ha nacido un trozo más de ese universo que le hace feliz totalmente, en el cual lo encuentra todo. Entonces nace el intento de institucionalizar lo creado. Cito:

“(….) inmóvil en el nogal volvía a sumirse en sus estudios más serios. Comenzó por esa época a escribir un “Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado en los árboles, donde describía la imaginaria República Arbórea habitada por hombres justos.”

Es la utopía de Cosimo. Un nuevo Robinson Crusoe que, a diferencia del clásico personaje de Defoe, convive con los habitantes de su república: pilluelos, gitanos, tránsfugas de los árboles, nobles incluso, de los cuales toma experiencias y aprende a tolerarlos. No son como él, pero saben muchas cosas que él no sabe y hasta los ladronzuelos tienen razones que el joven barón intenta comprender.
III
La familia lo mira desde su recinto de piedra, con sus costumbres de siempre; lo observa como a un extravagante. Él nunca más baja a la mesa donde fue obligado a comer los caracoles que detestaba. Nunca más permitió que alguien le diera órdenes. No en la tierra y tampoco en los árboles. Los suyos, incluido el padre, no le perdieron de vista y el diálogo se flexibilizó con ello. Desde el árbol más cercano asistió a los eventos de la parentela: bodas, dolencias y funerales le tuvieron ataviado para la ocasión, sentado sobre la rama de un árbol, presenciando o acompañando, cuidando a su modo, desde el recinto donde nunca más volvió a ser molestado. A la menor señal, desaparecía.
La vida en los bosques estuvo llena de riesgos. Era precaria y muchas veces sintió la soledad, pero la mayor parte del tiempo fue feliz con lo que construyó con sus manos. Aprendió también a compartir el tránsito con los amigos, humanos y animales, que conquistó a partir de la generosidad adquirida desde la carencia.
Esta novela de la levedad se mantiene hasta el final fiel a sí misma y a su proyecto, con una sugerencia de vida bastante radical, de sello individualista si se quiere, pero válida sin dudas.
En lo personal, el personaje de Cosimo es para mi la continuidad de aquel Robinson Crusoe que me fascinó y acompañó durante casi toda mi niñez. Durante años sentí culpa por el escondite privado que, ante la vista comprensiva de mis padres, yo me creé para tomar distancia de los demás. Desde entonces me fue muy grato y hoy lo disfruto a conciencia. Y ese asentimiento ante lo que soy me hace más libre, porque así como creo que la libertad es un estado interior, me parece también que hay un tirano que llevamos dentro, para someternos a él en cuanto aparece. Son los contrarios que habitan la naturaleza humana y es dentro de nosotros donde yace el principal terreno de lucha, la elección de quién es nuestro contrincante más cercano. Algunos se libran del visible controlador de afuera y continúan absorbidos por el propio, donde quiera que estén. Otros, desde una infame reclusión no renuncian al uso de su más íntima libertad: estudian y enseñan, escriben, piensan.

6 comentarios:

  1. ¡Sublime!...encontrarme con tus palabras fue como un remanso de paz entre tanto atropello de la existencia.

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  2. Querida Minerva, que sorpresa ver tu blog, gracias por enviármelo, no soy mucho de escribir en ellos, sin embargo sí los leo y disfruto mucho y más cuando son tan deliciosos como este.
    En mi adolescencia leí en Cuba una versión abreviada de Robinson Crusoe y hace menos de un mes conseguí una edición de la novela completa que es maravillosa y la estoy disfrutando mucho, supongo que más que en mi adolescencia. Terminando buscaré El barón rampante” pues desde ahora que leí tu blog lo tomo como una recomendación. Un abrazo Orlando

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  3. Exquisito!!!!!!!!!
    Adelante muchacha!!!!!

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  4. "Me gusta como escribe Minerva pues su tono no parece cubano, escribe para personas de cualquier latitud"

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  5. Resulta que casualmente estoy leyendo desde hace unas cuantas semanas "las aventuras de Robinson Crusoe" pues es una novela que leí en mi adolescencia en Cuba en una versión abreviada y siempre se me antojó leer la obra completa, ahora que la comencé a leer nuevamente en una edición muy padre, me volvió a fascinar y creo que más que antes, pues entiendo mejor las enseñanzas "moralistas" de la obra. Te mandé a decir a raíz de esta entrada tuya que tomo desde ya como una recomendación de tu parte, la lectura del Baron rampante.

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  6. Te felicito por lo que escribes... Por cierto, ¿El barón rampante? Una de mis obras preferidas... ¡Me encanta Calvino! Pero claro, este es el primer libro que leí de él, lo leí en el Instituto y como tú dices...siempre vuelvo a él.

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