viernes, 9 de abril de 2010

Cartas van y vienen


De nuevo voy a posponer el tema que me habia asignado para hoy --Las preguntas olvidadas-- en pos de otro más inmediato. Así es el blog. Me siento a cumplir con el texto prometido en la entrada anterior, pero lo que llega al teclado es otro que me ronda desde hace días. Lo dejo salir primero, en pos de la fluidez, y espero que quede el camino libre para la próxima ocasión.
Nunca me ha gustado firmar cartas que no sean las mías propias. Bajo mi única responsabilidad. Hoy, durante el tránsito epistolar que la coyuntura cubana propicia, recuerdo aquella del tan lejano 25 de julio de 1966 que la mayoría de los más connotados intelectuales de la isla firmaron para increpar a Pablo Neruda por haber accedido a la invitación del Pen Club en los Estados Unidos y una vez allí, aceptado una entrevista de la revista Life. Ello entre otras cosas.
Eran tiempos muy belicosos en los cuales los líderes de la joven revolución, llenos de brío, comenzaban a buscar a su alrededor otras causas para descargar su energía pues las originadas desde el interior del país no les eran suficientes.
Cada vez que sobreviene una circunstancia crítica en Cuba, cartas van y vuelven. De un lado enflacan las filas de los firmantes y algunos de quienes se apartan de una de ellas pasan a rubricar el documento de la otra. Porque a menudo a muchos les ocurre como a los adolescentes que asumen posturas para probar ante el grupo que son algo que todavía no son, y entonces fuman, beben y hasta consumen sustancias nocivas para mostrar que son hombres y mujeres adultos y, cual tales, toman sus propias decisiones, lejos de lo que opinan sus padres. Es la presión del grupo. Creo que en el fondo lo que mueve a no pocos firmantes de las cartas es el afán de identificarse con la tribu, alguna tribu, no estar solos frente al mar de opiniones, de confusiones, de equívocos.
Las cartas deberían, creo yo, ser siempre personales. Tal vez yo siga instalada, y lo asumo, en los siglos XVIII y XIX que fueron maravillosamente epistolares, cuando cada quien se responsabilizaba con su carta y firmaba únicamente él y nadie más. En este cruce de mensajes lo que observo es el afán de que todos se enteren que “yo también opino como ustedes”, por tanto formo parte del grupo y en consecuencia debo ser protegido(a) por él. La cuota de miedo, también en este sentido, funciona. Y es cierto asimismo que la convocatoria a firmar traslada los contenidos desde el lírico género de la epístola al burdo medio de la propaganda, a favor de una u otra causa, donde la debilidad de muchos se convierte en fuerza única, que trasciende a los receptores como un muro integrado por ese concepto, realmente avasallador, que conocemos como opinión pública.
Recuerdo muy bien el arrepentimiento de varios de aquellos que firmaron la carta acusatoria a Neruda, cuando años más tarde alguien echó a correr el rumor de que la virulencia del tono tenía que ver, además de lo demás, con broncas entre poetas y que ellos habían sido usados algo así como “firmas de cañón”.
Y lo peor tal vez fue que más tarde, en los ochenta, los escritores cubanos ya participaban de manera oficial en eventos del Pen Club. No en el de los Estados Unidos (creo que no los invitaban) pero sí en otros países. Yo misma asistí en mayo de 1987 a un Encuentro Internacional de Poetas convocado por el Club, que se celebró en Lesce Bled, Ljubljana, en la entonces próspera república yugoslava de Eslovenia.
El autor de “Canción de gesta” [1960], un conjunto menor dentro de su obra pero muy sentido, dedicado a la Revolución cubana, que él escribió en una habitación del hotel Habana Libre, se sintió agraviado. Tan profundamente que nunca más pisó nuestra isla, ni dirigió la palabra a los firmantes de la carta cuando los encontraba en cualquier escena internacional. Luego, en sus memorias, “Confieso que he vivido”, registró aquel incidente epistolar y dejó sentado lo que ya había dicho antes: que su bronca no era con la Revolución sino con los firmantes del libelo acusador.
Los más jóvenes, nos perdimos la presencia y en alguna medida la obra –que en lo adelante hubo que conseguir de trasmano, publicada por editoriales extranjeras e internada en Cuba por viajeros atrevidos— de uno de los más grandes poetas de nuestra lengua, el Premio Nóbel de Literatura 1971, quien al morir dos años después aún era honorable miembro del Partido Comunista chileno, al que había ingresado en 1945.

¡Qué vergüenza, tú!

4 comentarios:

  1. Comprendo tu lógica para hacer un paralelismo entre esas cartas y la carta que circula (mas de 40,000 firmas hoy día) denunciando la muerte de Tamayo y el trato a las Damas de Blanco, pero a mi entender se trata de situaciones diferentes. A mi me indigna y me da dolor en el alma el hecho de que obreros y oficiales policíacos vestidos de civiles sean transportados específicamente a hostigar violentamente a los familiares pacíficos de los presos POLITICOS que osan desafiar al poderío estatal. Y por eso firmé esa carta. Claro, sé perfectamente que yo lo puedo hacer impunemente desde mi casa en NY. No van a castigar a ningún familiar mio en La Habana, ni me pueden tocar. Tengo el lujo de firmar libremente.
    Está muy bien tu blog y que contribuyas con tus reflexiones en la blogosfera. Hacen falta voces serenas entre tantas palabras duras.
    Neruda es uno de mis héroes (todavía, y eso que me quedan pocos). No sabía que tenía la candidatura del PC chileno a la presidencia y se retiró en favor de Allende. ¡Increible..!

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  2. Conozco cubanos que firman cartas y hace 15 años que no pisan su país e intelectuales con años de no ir, pero firman en contra o a favor de los temas que surjan. Porque Cuba, para bien y para mal, a favor o en contra, viste; aunque no se sepa a derechas (ni a izquierdas) el meollo de la cosa.
    Por mi parte, yo firmaría la carta que haga mi carnicero explicando por qué le llegan diez cajas de pollo para repartir a través de la libreta de abastecimiento, y diez más para vender a sobreprecio (a un CUC) a quien le pueda comprar. Si él explica eso, yo firmo.
    Firmaría la de los jóvenes cubanos que no han visto jamás la nieve, ni la tumba de Carlos Marx, ni el atardecer en París, porque el país donde viven no les ofrece la libertad de aspirar a cumplir ese deseo. Lo que ellos tengan que opinar, yo lo firmo.
    Firmaría también la que escriba la negra de los altos de mi casa, hija de negros, nieta de negros, mujer de negro y madre de unos negros que estudian para pilotos en la escuela de “los Camilitos”. Lo que esa negra escriba, yo lo firmo.
    Firmaría una carta de bienvenida a los cubanos que andan por el mundo y se dicen: yo volvería a vivir en Luyanó, aunque se vaya la luz, y el arroz no alcance para la quincena. Esa la firmo.
    Por supuesto que firmaría la de los únicos realmente autorizados para hacer cartas. No la de los “elegidos” para representar al pueblo desde las oficinas del Vedado, ni la del Poder Popular con sus Ladas en el garaje, ni la de los representantes de los representantes… sino la carta que quiera escribir cada uno de los cubanos, la carta que escriba ese pueblo, que para algo se hizo la campaña de alfabetización. Si nos dimos el baño universal de propaganda para enseñarles a leer y a escribir, ahora hay que dejarles hacer su propia carta, para que digan lo que quieran decir.
    Y créeme que en ese caso, diga lo que diga esa carta, yo la firmo.

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  3. cuál es la vergüenza? ser del PC, o haber firmado la carta contra Neruda, o ignorar ahora la realidad de Cuba?

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