domingo, 27 de junio de 2010

La banca de Monsivais

Había una vez un reino cuyo monarca enfermó de tristeza. Día tras día el soberano languidecía ante sus súbditos. Frente a su lecho desfilaron decenas de sanadores, curanderos, magos, arlequines y cuenteros de la región, quienes le recetaron pócimas y baños, aplicaron ventosas y representaron toda suerte de escenas hilarantes y acrobacias, sin resultado alguno. El rey empeoraba, cada amanecer aumentaba su melancolía, su tez aparecía más marchita e, inapetente, perdía a pasos acelerados su antes robusta complexión.
Una tarde, tocó a la puerta del palacio un forastero que dijo tener la cura. Cuando estuvo ante el lecho del enfermo, declaró:
--Necesita la camisa de un hombre feliz. Al ponérsela, quedará curado.
Y se marchó sin dejar rastro.
Ejércitos y súbditos, siervos y cortesanos se dieron a la tarea de conseguir la tal camisa. Los reinos vecinos participaron en la búsqueda y, aún aquellos que estaban en conflicto, hicieron una tregua en el esfuerzo por salvar a su respetable adversario. Se revisaron los roperos de todos los ciudadanos sin faltar uno, cada día el rey hubo de probarse decenas de camisas que una vez puestas no dieron resultado alguno. La tristeza profunda no abandonaba su pecho.
Cierto día, el guardabosques de una apartada zona escuchó la voz de un hombre que cantaba, acompañado por los golpes de su hacha. Lo que producía no era propiamente una melodía alegre, era más bien un mensaje optimista, un canto a la vida. De inmediato galopó hacia el palacio del rey y dio parte de la existencia de aquel hombre en lo más remoto del bosque. Cuando el primer ministro y sus allegados descendieron de los caballos, el leñador descansaba frente a su cabaña, desnudo de la cintura hacia arriba. Le preguntaron cómo se sentía. El hombre, aunque extrañado, contestó:
--Muy bien. Soy feliz aquí. No necesito nada más que lo que ya tengo.
--Entonces traiga su camisa, la necesitamos para salvar al rey.
El leñador no entendía nada, pero respondió:
--Con gusto se la daría, mi señor. Pero no tengo camisa, nunca he usado esa prenda.


Yo era muy chica cuando leí este cuento y lo creí olvidado hasta que el 13 de febrero de 2007, la foto que preside la entrada de hoy, publicada en la sección cultural del diario El Universal, lo sacó del rincón del inconsciente donde yacía. Ahí estaba, ahora con un suéter de humilde textura, el hombre sin camisa que tanto me impresionara en esa lectura infantil. Tres años después, el mismo periódico construía el mejor titular de primera plana del domingo 20 de junio de 2010:

MÉXICO PIERDE A SU CRONISTA

Y el cronista, fallecido el 19 de este mes, era el hombre feliz de la foto: Carlos Monsivais.
La felicidad tiene mucho de candor y, como se sabe, se trata de un estado transitorio, efimero; pero es seguro que se prodiga en aquellos a quienes lo material les importa poco, pues sufren menos por la carencia de lo aparente. El rostro de Monsivais en esta imagen revela al hombre que se dejó retratar en un instante de felicidad: un niño divertido con su propia imagen, de ojillos pícaros, implicado en la travesura que haría a los receptores de la próxima edición del periódico. Porque era un extravagante auténtico, sin pose, un coleccionista de objetos y papeles que no gastó en espejos, ni peines, ni camisas de marca y, como se ve, tampoco en muebles. Sólo en libros y recuerdos.
Y lo más seguro es que habiendo vivido así, la felicidad lo visitara en más ocasiones que a otros con mayor orden externo y ropero impecable.
Porque lo que Monsivais tenía en orden era su vida. El eje de su pensamiento. Y la lupa cristalina con la que miraba circunstancias y personajes de la realidad nacional.
Y eso, mis queridos lectores(as) no es cualquier cosa.
En correspondencia estrecha con lo que él era, eligió como terreno de juego, la crónica. Un género sin pretenciones, oscilante entre el buen periodismo y la literatura, que ha servido a sus mejores cultivadores para ejercitar el estilo y expresarse sobre temas que por su índole opinativa no serían percibidos con claridad en otros tonos, considerados mayores, de las letras. La crónica es el género más abarcador de la prosa. Puede ser literatura en su fina expresión –hasta poesía puede ser— y asume la noticia en su enfoque informativo, de revelación o denuncia. Desde el siglo XIX tuvo una gran tradición en México y larga sería la lista de aquellos que la cultivaron con brillantez. En la segunda parte del XX cayó en las manos de Monsivais, quien se erigió en maestro del género elegido como su favorito, pese a que también escribía ensayo, narrativa e incluso poesía.
México acaba de perder a su gran cronista, no hay dudas. Pierde a un hombre sin camisa, como el de la fábula, cuya riqueza continuará sin embargo distribuyéndose --inacabable-- entre esos muchos que integran la posteridad.

9 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo, y me ha gustado tu concepto de la banca, leeré mientras nos gana Argentina, un abrazo!!!

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  2. HA MUERTO MONSIVÁIS, TODA UNA INSTITUCIÓN EN MÉXICO, SIENTO QUE PREMATURAMENTE. ..UN GRAN CONOCEDOR, SINÓ QUE EL QUE MAS, SABÍA SOBRE TODO EL ROLLAZO MEXICANO:INTELECTUAL Y POLÍTICAMENTE HABLANDO Y TAMBIÉN EN CUANTO A LA PROBLEMÁTICA DEL PUEBLO MEXICANO Y SUS PECULIARES CARACTERÍSTICAS..

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  3. Se ha marchado Carlos Monsivais. Con su pensamiento descamisado, como habrà de ser el de cualquier pensador de cuerpo entero. Gracias por esta hermosìsima semblanza.

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  4. Gracias, Minerva. Me encanta lo que afirmas: "lo que Monsivais tenía en orden era su vida. El eje de su pensamiento. Y la lupa cristalina con la que miraba circunstancias y personajes de la realidad nacional". Lo comparto plenamente, sin ser amplia conocedora de la obra de Monsiváis, pero lo que he leído y conocido de él a través de sus textos me admira y seguirá admirando. Acertadísima entrada, de principio a fin. Gracias otra vez! Un abrazo de Lily.

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  5. Hola Minerva, gracias por este humilde pero sentido homenaje a Monsivais, hombre honesto en su andar por la vida y su proceder en pensamiento,... me gustaron muchas las palabras que dedicaste a este generoso mexicano.
    Me encanta el fluir de tu pluma
    Atentamente
    Alejandro Cisneros G.

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  6. Miner, gracias por regalarnos esquinaconbanca...porque eso es, un regalo...
    Qué bien lo haces, tienes mucho oficio para empezar y para acabar, eres poeta...caigo rendida a tus pies, me gusta mucho lo que escribes, condenada...

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  7. Querida Minerva: sigo leyendo tu blog, magnífico de veras, tu entrada
    sobre Saramango y la de Monsiváis. Sigue escribiendo. Te confieso que yo
    os admiro a los que escribís blogs porque no sé cómo sois capaces de
    mantener la disciplina para mantenerlo vivo de manera tan inteligente.

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  8. Gracias Minerva por hacer bien lo que haces, sin duda esta hermona nación ha perdido todo un personaje que la conocía muy bien.
    Excelente cuento, la felicidad es mucho más que una camisa.
    Isabel

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  9. Gracias Minerva, es verdad, esta gran nación ha perdido todo un personaje que la conocía muy bien.
    Me encantó el cuento, seguro que la feliicidad es mucho más que una camisa!!!
    Isabel

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