lunes, 13 de septiembre de 2010

Las muchas patrias de septiembre

México se sumerge en el mes de la patria y al margen de conmemoraciones y festejos, muchos entran en un proceso de reflexión sobre el país que vivimos.
Es un cumpleaños redondo y como tal merece resumen. Cualquiera que llegue a los 50 o 60, aun a los 40 años, mira hacia atrás y se dice: ¿Qué he hecho?, ¿cuánto me falta?, ¿tengo salud para emprender nuevas metas?, ¿cómo remediar mis errores?, y por ahí sigue un semillero de preguntas que cada quien responde como puede, pero que casi siempre terminan en un cronograma del proyecto a seguir en los años que restan. A veces el plan es tan ambicioso que nos sorprende el próximo tramo sin haberlo completado, pero la medida en que se cumplió resulta alentadora para continuar.
Imagínense ustedes un país que cumple sus primeros 200 años de independencia.
¡200 años!
Siguiendo el ejercicio de comparación con el ser humano en que ya entré, diría que durante todo el siglo XIX se tuvo al país niño, gateando y tropezando con los obstáculos que encontraba a su paso. El padre Juárez murió y sobrevino un padrastro, Porfirio Díaz, que por 30 años no permitió que el infante creciera con conciencia propia, aunque le otorgó estabilidad y le hizo progresar. Al sobrevenir la adolescencia, ya en el siglo XX, el país se rebeló contra esa tutoría, pero entró en conflicto con sus hermanos quienes, como habían crecido bajo el ejemplo del caudillaje, no supieron como ponerse por encima de él. Tras la Revolución debió llegar la verdadera madurez, expresada en la unidad nacional, con la inclusión de la diversidad indígena. Esa madurez debía producir un proyecto de todos, pero fue imposible despojarse de la ambición de unos cuantos, la herencia del siglo XIX lo impidió y junto a ella ese fenómeno entronizado en la práctica de gobierno: la corrupción.
Hoy, la desconfianza se ha vuelto falta de fe, y aunque hay muchos logros que conmemorar en 200 años de nación (¡lástima fuera!) esa falta de fe en el futuro es el mayor riesgo que tienen por delante los mexicanos. Justamente porque cada uno de nosotros es portador de un cachito de falta de fe. Y entre todos hacemos el país. Muchos piensan que no hay pa´dónde y con ese espíritu no se da un paso, ni en la vida personal, ni en la comunidad, ni en el estado, ni en la República.
Llegamos al 2010 con un país inmaduro. Es todo. Un país en el cual los que llevan las riendas van a festejar sin pensar, como hacen los adolescentes, y el próximo día proseguirán en lo que están, o sea en lo mismo.
Porque debiéramos ya saber que el origen de los problemas siempre está en el pasado; el presente es el terreno de las acciones y el futuro encarna el escenario de la transformación. Una mirada incisiva al origen podría llevar a conclusiones acerca de conflictos que enfrentamos hoy y a partir de ello tal vez surgieran algunas soluciones.
Ya inmersa en este tenor, no puedo sino recordar la afirmación del más controvertido José Vasconcelos -–el de la Breve historia de México (1937)— acerca de la independencia de nuestros países. Cito:
La independencia de los pueblos americanos es el resultado de la desintegración del imperio español. Ninguna de las naciones de América había llegado a las condiciones de madurez que determinan la emancipación como proceso de crecimiento natural. Nuestra emancipación fue forzada por los enemigos del exterior. Ni estábamos preparados para ella ni la deseábamos.
En el descargo de afirmación tan definitiva traigo a un contemporáneo suyo menos contundente y más abierto a otras reflexiones, Pedro Henríquez Ureña, quien como es sabido fue pieza clave en el Ateneo de la Juventud (1909) donde también participó Vasconcelos y seguramente dio a conocer las ideas que luego iba a desarrollar en su Historia. Henriquez Ureña matizaba así el tema de la independencia y se permitía disentir de su colega mexicano, como sigue:
…Es verdad que nuestra independencia fue estallido súbito, cataclismo natural: no teníamos ninguna preparación para ella. Pero es inútil lamentarlo ahora: vale más la obra prematura que la inacción.
Me gusta esta conclusión del dominicano porque pienso con él que la inacción es lo peor que puede suceder a un país, tanto como a una persona. No obstante, es posible que en esa falta de preparación para ser independientes a la que aluden ambos, se encuentre el origen de nuestros conflictos actuales: la desorientación, muchas veces voluntaria, acerca de quién es el verdadero enemigo; y, en especial, esa exaltación de las desgracias que nos convierte en derrotados y como tales, rencorosos y amargos frente a los poderosos, incapaces de oponernos a ellos en batalla frontal, lo cual nos deja a la queja como única arma.

Llegamos al 2010 con varias patrias por delante. Una gama de patrias en un país fragmentado y desesperanzado que cada día suma muertes de una guerra que no acaba de comprender. Mientras, los autores de la contienda celebran su ostentosa fiesta con los recursos del erario y, desde luego, sin detenerse a pensar ni por un segundo en los deudos que su juego de soldaditos va dejando atrás. En el Palacio Nacional hay una patria y en la casa de los difuntos otra. Los que acuden a la plancha del zócalo se evaden en el grito eufórico de una noche, mientras las familias que cenan frente al televisor figuran entre los más expectantes, para ellos la patria es tener trabajo y educación, salud y seguridad. Los inmigrantes van a reproducir los sonidos de la patria lejana y muchos de los de acá comenzarán a pensar en la posibilidad de escapar de una patria que por el momento no les ofrece nada. Los indígenas, al fondo de la patria, quizá ni se enteren de este aniversario.

Con todos se hace esa patria a la que saludamos este mes. Con ese dolor y con esta quimera.

Decía José Martí: Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
Tal vez la noche que se prolonga sobre México no sea más que el preludio de un buen amanecer. Este pueblo se merece una patria mejor.

1 comentario:

  1. Extraordinaria recreación de la historia de un gran pueblo que merece un futuro mejor !!

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