viernes, 21 de enero de 2011

El corredor del odio

Cuando llegué a México hace más de 20 años, y escuché por primera vez la frase “México bronco”, la asocié a las letras de canciones rancheras y corridos y a la apariencia bastante fanfarrona de sus intérpretes masculinos. Nunca, en esos primeros tiempos, me tocó ver trifulcas callejeras como las que abundan en mi país, ni gritos ofensivos, y la presencia de los “por favor” y “muchas gracias” en el lenguaje cotidiano me convenció enseguida de que convivía con un pueblo educado y cordial. Para mí, el México bronco sólo podía referirse a unas cuantas palabras fuertes, dichas en un clima circunstanial de ira.
Hoy, ya entiendo que las civilizaciones son como la tierra: tienen varias capas. Y la primera es el exhibidor del país, donde está lo que es considerado digno de presumir ante los ojos de los demás. De ella hacia adentro, las franjas se empiezan a oscurecer hasta que llega la más profunda, en la cual yacen los problemas y defectos menos conocidos, las características más negativas de la identidad nacional, ocultas bajo la densidad de los estratos superiores.
Hoy, el México bronco subió a la superficie y lo hizo apenas en cuatro años. Sus protagonistas principales aparecen en las filas de los narcos, pero también entre los militares que pueblan las calles; desde luego en los políticos de toda laya, en los gobernantes, y asimismo en muchos jóvenes desempleados que no ven para ellos otro futuro que la inmersión en el clima de violencia.
Subrayo clima como una palabra clave. A algunos maestros nos ha tocado impartir el tema de clima y ambiente, con el objetivo de destacar su importancia en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El maestro debe ser capaz de crear un clima favorable a ello en su salón, en especial a través de la comunicación con sus alumnos. El clima, favorable o desfavorable, se contagia siempre. Si alguien ríe los demás lo imitan aun sin saber el motivo. Si alguien se enoja el resto le responde con enfado. El aula es como el país. La violencia no engendra más que violencia. La sangre no sólo se extiende, sino que se reproduce con la fertilidad de los ratones.
Creo en primer lugar que hay una gran ignorancia en quienes desataron esta guerra en México. Ignorancia primero, indolencia después. Ceguera e impiedad. No me gustan los calificativos y evito usarlos en este espacio, pero no siempre se puede cuando la realidad sobrepasa lo que concibe la imaginación. Sin ir más lejos --porque éste es todo un tema de otro espacio y voces de especialistas--, los artífices de la deblacle que hoy vivimos ignoraron que a este tipo de males hay que, ante todo, cortarles la comunicación, las complicidades, los vínculos de apoyo con otras áreas de la sociedad y reducirlos a lo mínimo para debilitarlos y atacarlos con eficacia en su propio terreno. Dejar que afloren a la superficie con toda su fuerza es permitir que se expandan por el conjunto de la red social, lo cual les confiere finalmente mayor poder.
Y algo que hay que impedir es el reclutamiento, lo que se relaciona con la comunicación y el apoyo exterior al grupo. Los que están ya en las filas del narco, sólo son acreedores al castigo, pero quienes forman parte de la cantera de la cual se nutre el crimen organizado son en su mayoria jóvenes desempleados, (nini: ni estudian, ni trabajan, dicen aquí), un grupo que en otros países se reconoce como “de peligrosidad”; o sea que aún no accede a delitos mayores pero es proclive a cometerlos si no se le atiende.
Una manera de sumarlos a la sociedad es darles empleo. Algo que dio crédito a la campaña del actual presidente (ya lo he dicho varias veces y lo volveré a recordar otras más), antes de que tomara posesión y decidiera cambiar el rumbo de sus promesas. Cuatro años después aparecen en una banqueta de Acapulco las cabezas cercenadas de quince jóvenes. Ese día de la pasada semana, alcancé a escuchar que se habían identificado inicialmente siete de ellas: varones entre los 17 y los 23 años. Todos desempleados. Es el último ejemplo que tengo de las decenas que ya ingresan a la cifra de 30 mil muertos en cuatro años. El gobierno recibe cualquier cantidad de solicitudes, propuestas, recomendaciones, análisis de otras experiencias, imprecaciones ¿Y cómo responde? Con el silencio y la guerra.

Este México bronco, profundo, en su parte más negativa, salió a la luz y se extendió en el país cual una amenaza, al tiempo que en la Federación del norte se acentuaba en el estado de Arizona, un signo de identidad que ha tenido presencia en los Estados Unidos desde su propio surgimiento como nación: el racismo.
Lo riesgoso es que el clima es el mismo. Aquí, acoge a una guerra mal planteada y peor ejecutada; allá, alienta un viejo rencor contra los inmigrantes latinos, principalmente mexicanos en el extenso territorio que perteneció a este país hasta 1848. El clima es semejante y el común denominador del odio transita por un corredor que parte de la Arizona limítrofe con Utah, Nevada y California y entra a México por los estados de Sonora y Baja California a través de su frontera de 626 kilómetros de longitud.
Aunque las razones sean distintas un clima así es caldo de cultivo para sucesos tal vez impensables ahora. El clima funciona como los rieles por los cuales transitan de un sitio a otro las emociones edificantes que forman parte del progreso, pero también los productos más negativos del ser humano. Y como los rieles son imperceptibles no hay contención, ni manera de atajar la carga que viaja por ellos. La frontera norte es frágil, pese al alambrado de los muros, y los efectos se sienten a uno y otro lados de ella. Hoy cabe poca duda acerca de que en la infausta suerte de las mujeres muertas en Juárez están implicados agresores provenientes de los Estados Unidos, como también se sabe de la actuación de los cárteles mexicanos de la droga en territorio de USA. Se trata de una intercomunicación que si fuera para buenas causas sería un modelo a seguir. Pero resulta que no. Aquí se violan los derechos humanos de los que son diferentes. Allá se manifiesta el racismo más atroz.
Aquí los jueces liberan al asesino confeso de una joven; su madre desata un activismo por la causa y paga con su vida, pero la cacería contra esa familia no cesa. Allá, niños y jóvenes de distintos estados balean a mansalva en sus centros escolares, y el más reciente caso ocurre en un espacio público de Arizona, ejecutado por un joven de 22 años. Aquí, en un extremo, la impunidad; allá, en el otro, la inyección letal. Aquí el discurso agresivo se endurece y minimiza las matanzas. Allá el objetivo es la expulsión, tal vez el exterminio, de los migrantes.

El riel es de dos vías y está instalado en un corredor por donde circulan en libre albedrío el odio y el miedo: el odio lo portan los contendientes, el miedo los ciudadanos.

5 comentarios:

  1. Qué bueno haya una banca desde donde se diga lo tercamente silenciable por el gobierno de Calderón, ya ves sus últimas declaraciones "que no hablemos mal de México", si en realidad "hay un avance en el crecimiento", es vomitivo su discurso. Gracias Minerva.
    un abrazo,
    Aida

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  2. Querida Minerva, por desgracia el mundo está convulsionado, hemos sido lanzados a un estado de violencia que no creo que pueda controlarse, todo lo contrario. Se han viciado los gobiernos y ellos mismos han arrastrado a sus pueblos. Es muy triste pero no veo nada alentador sobre este tema.
    Un abrazo querida.

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  3. Mi querida Minerva...cómo no leerte y agradecerte la generosidad de compartir tu ser y tu quehacer...

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  4. El vómito verde que como en la peor pesadilla lo baña y lo pudre todo, y tu mirada sagaz nos los describe brutalmente, ojalá no estuvieras hablando de mi país. Me gustó mucho tu texto!!!

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  5. Hola Minerva!
    Me encanta, aunque me entristece, la claridad y precisión con que has expuesto el sentir de todos los que vemos, al parecer impotentes, cómo se desmorona nuestro país.
    Suerte! y gracias por tu agudeza!
    Cristina.

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