domingo, 20 de marzo de 2011

Japón

A partir de los cincuenta, las películas norteamericanas con tema de la Segunda Guerra Mundial nos convencieron de la condición guerrerista de los japoneses. Sin más adornos. Para completar la imagen, llegaron después los filmes de samurais de fabricación nipona, algunos muy nefastos. El gran Akira Kurosawa matizó esa figura y la dio en lo que era: un miembro de la casta militar que tuvo su origen en el siglo X, muy hábil con las armas, quien a los ojos del cineasta era algo peregrino y enfrentaba el mal con el bien, respondiendo a la violencia con violencia. Su cine, traspuso las fronteras de Oriente y trajo hacia Occidente el caudal del legendario pasado japonés, cuyas historias nos acercaron a los personajes de ese país y a su estructura ceremonial.
Para muchos de nosotros, el conocimiento de Japón se ubicaba en las dos bombas atómicas que las fuerzas estadounidenses lanzaron en 1945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, lo que dio fin a la Segunda Guerra, arrasó con la población civil de esas regiones y, por supuesto, dejó las secuelas correspondientes. Pearl Harbor no fue nada junto a ello. La venganza norteamericana por el ataque a la base del Pacífico yanqui, ocurrida tres años y ocho meses antes, creó un imaginario imposible para la mente humana. Una y otra vez desde entonces hemos visto las fotografías del hongo atómico levantarse sobre esas ciudades, pero nadie es capaz de concebir el daño con la nitidez que podemos ver en nuestras mentes las consecuencias de un terremoto o de un bombardeo. Los resultados de una explosión atómica siguen siendo inconcebibles para quien no los haya vivido o visto. Están fuera de toda imaginación.
En décadas más recientes, nuestra idea de Japón se remite a un extraordinario desarrollo tecnológico, especialmente en el área de la electrónica; al posicionamiento de sus productos en el mercado internacional y al éxito conque enfrentan, a partir de conceptos como la calidad y el ahorro, a los de Europa occidental, Alemania por delante, y en especial, a los de Estados Unidos. Los japoneses de hoy se nos presentan tranquilos, laboriosos, muchas veces callados. Aparecen en todas partes. En cualquier ciudad o paraje que visites los ves sigilosos, cámaras en mano, tomar cada recinto o moldura, la sombra del paisaje sobre los patios interiores, para recoger memoria de sus pasos sobre el lugar. Hacen un mundo, tienen un mundo, entran en los universos ajenos pero siempre regresan al suyo para recordar en familia el paseo por las afueras. Son constantes y optimistas y sobre todo logran ver el futuro como una posibilidad de renovarse para crecer, siempre para crecer.
La Segunda Guerra Mundial fue su primera derrota bélica en tres mil años de invasiones y conflictos diversos. Y qué derrota. Estaban devastados más que ningún otro país que haya participado en la contienda. Tenían dos caminos: Asumir el papel de víctimas y por ende dedicar toda su energía a vengarse de quienes habían dejado caer tamaña desgracia sobre su pueblo o consagrarse a la reconstrucción y luego al desarrollo. Eligieron el segundo y pusieron en la meta de arranque a las generaciones nuevas, en las que se propusieron no depositar los elementos de la venganza sino los del progreso y la paz. No más guerra en Japón. No más proyectos para invadir y agredir a los otros. Su beligerancia de diciembre de 1941, fue un error que no volverían a repetir, por el cual recibieron un castigo exhorbitante, inmerecido. Asumieron la experiencia como ellos saben hacerlo: sin victimizarse para siempre, aprendiendo de la desgracia y corrigiendo el camino. Lograron revertir su vocación por las batallas, factor importante en la composición de la identidad japonesa, y cambiaron el rumbo de la energía producida por la ira para transformarla en energía creativa, útil.
El 15 de agosto de 1945, el Emperador Hirohito pronunció un mensaje de rendición, sin precedentes en Japón: "...de acuerdo con el dictado del tiempo y el destino, nos hemos resuelto a preparar el camino de una gran paz para todas las generaciones venideras, soportando lo insoportable y sufriendo lo insufrible".
El 2 de septiembre terminaba la guerra.

Hoy, cada vez que alguno de nosotros, occidentales, se detiene ante un establecimiento para elegir una cámara fotográfica, una videograbadora, una licuadora, e incluso cuando decidimos comprar un coche japonés en vez de uno norteamericano o europeo, se consuma la venganza posible del Japón.

Quise escribir estos apuntes, en el momento trágico que atraviesan, porque estoy segura que volverán a hacerlo. Como antes, encontrarán caminos y de nuevo darán al mundo una lección de cordura y equilibro, de coherencia y certeza. Otra vez.

2 comentarios:

  1. Querida Minerva...gracias por compartir tu pensamiento...siempre reflexivo y atento a lo que ocurre en el mundo y desde luego en nuestro querido y devaluado México (por la ineptitud de sus gobernantes)

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  2. Gracias por este artículo, me ha hecho reflexionar mucho, precisamente ahora que me interesa conocer más sobre Japón, su historia, sus rostros, su latido.

    Un abrazo.

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