martes, 15 de octubre de 2013

De liderazgos: Granados Chapa

Hoy 16 de octubre, se cumplen dos años de la partida de Miguel Angel Granados Chapa. Su ausencia se nota en el dial de la radio y aún más entre los columnistas de la prensa escrita, a menudo corales al estilo clásico. A su muerte, escribí un texto para este espacio que luego se publicó en la revista digital Cubaencuentro bajo el titulo “Expresión e ideología” (28/10/2011). Entonces lo tomé como obligada referencia en el tema de la libertad de expresión. Hoy, quiero hablar de un aspecto no tratado en la trayectoria de Granados Chapa: su desempeño como directivo.
Pocos me llevarán la contraria si afirmo que el periódico es tal vez la empresa que más estrés genera en el ámbito organizacional. Su ritmo es el de una fábrica que debe elaborar un producto único cada 24 horas y tras el trascendente Consejo editorial de cada día, los participantes se sumergen en la tarea cotidiana, más o menos vertiginosa de acuerdo con el comportamiento de las noticias. Cada quien a su puesto, los reporteros a sus notas y los directivos a ordenarlo todo, a velar por la primera sección y su plana, a tomar varias decisiones por minuto. Sólo se descansa cuando, en la alta madrugada, comienzan a salir las páginas impresas de la rotativa. Tocar un ejemplar aún húmedo de tinta, es el acto sagrado que  no sustituye la versión digital. Ningún editor, no hay periodista, por cansados que estén a esas horas, que se lo hayan perdido. Es la realización de cada día, y tiene el sabor artesanal de la buena cerveza.

Conocí a Granados Chapa en la subdirección editorial de La Jornada. Me había dado una cita imprecisa que sólo indicaba que lo visitara esa semana, cualquier tarde alrededor de las seis. Hace 25 años yo era una recién llegada que emprendía bajo el auspicio del Programa Interdisciplinario de Estudios sobre la Mujer (PIEM) de El Colegio de México, la investigación testimonial sobre la preparación de la Revolución cubana en México (IPN 1994). Cuando rendí el primer informe a la directora del PIEM Elena Urrutia, ella tuvo la idea de que se publicara una primicia sobre el proyecto. A mi no se me habría ocurrido, enfrascada como andaba en conformar un programa de entrevistas con los dispersos informantes.
Lo cierto es que en virtud de esa idea de Elena yo estaba allí aquella tarde y me hacía anunciar tímidamente con la asistente de Granados. A los pocos minutos ella me indicó la entrada del despacho, donde un hombre moreno, barbado y en mangas de camisa me recibió con singular cordialidad. Granados ya sabía lo que iba a hacer con la información que le mostré ese día. Y lo que hizo fue dedicar el número del 3 de enero de 1989 del suplemento De perfil a mi tema, lo cual  inauguró una colaboración, en verdad muy esporádica y no por su culpa, durante esa etapa del periódico. Hoy lo recuerdo –siempre lo haré— como el primero que me publicó en México.

Pero a lo que voy en la fecha actual, es a esa condición de directivo que no se alejaba de lo humano y fue lo que le permitió abrirse el tiempo para recibir a las personas, escucharlas, conocerlas, darles respuestas cara a cara e incluso orientarlas. Cuán lejos está ese estilo de aquellos que sin detener la mirada en los interlocutores, los remiten torpemente a subalternos que ni idea tienen de los fines de la entrevista que se programó, lo cual convierte también al subordinado que le toca en víctima de la indiferencia del jefe.
Sin dudas se trata de una acción autoritaria, un exceso que en su pequeña dimensión de oficina, recuerda el ejercicio al que tanto se opuso Ganados Chapa. Quien aceptó recibir al visitante no le ofrece la menor explicación sobre el cambio. Quien acudió a la cita sabe que el funcionario está en su despacho, lo ha visto pasar minutos antes frente a sí, pero se ve de pronto ante otra persona y el hecho inesperado lo sume en un desconcierto que se parece mucho a la parálisis. Ni siquiera la secretaria, que en los días anteriores ha hecho gala de amabilidad telefónica, se ha atrevido a aparecer. El recién llegado sabe que lo que debe hacer es irse de la tal oficina cuanto antes, pero se identifica con esa otra víctima a quien le acaban de ordenar recibirle y termina sentado frente a ella para entrar en un diálogo extraño, en el cual la brecha generacional y el desconocimiento acerca de su tema salen a flote. Cuando el encuentro concluye el saludo final es, más que cordial despedida, un acto de liberación para ambos. Todo gracias a la desidia, que forma parte de la ineptitud, del jefe.  
Ejemplos tan negativos como éste son los que examino a diario con mis alumnos-directivos; y son también los que me hacen incluir a Granados Chapa como miembro que fue, de una especie en extinción. Alguien que conocía muy bien el valor humano de la comunicación y pasó por puestos de dirección a sabiendas que no eran vitalicios, lo cual dejó siempre una estela de cordialidad que le ganó finalmente el cargo más eterno de todos: su prestigio público, que no sólo implicó sus cualidades como periodista, sino también su verticalidad al enjuiciar los hechos y por encima de ello, su condición humana.
Por una afición inherente a mi ejercicio en la comunicación organizacional, observo como la gestión directiva atenta hoy, cada vez con mayor saña, contra esas capacidades básicas, humanas, de escuchar y responder, atender, conocer a los otros, verlos cara a cara. Se trata de un fenómeno cuya existencia creciente compruebo con amargura.     
Hay casos que me desmienten, desde luego, y uno de ellos es el de Joaquín Díaz Canedo, un directivo de los que trabajan “a puertas abiertas”, a quien vi varias veces conducir personalmente al visitante desde su despacho de gerente editorial del Fondo de Cultura Económica hacia la oficina correspondiente, presentarlo, casi depositarlo allí con delicadeza. Más tarde, cuando fue director  del FCE no dejó de responder de manera inmediata y personal los correos que recibía, práctica que continúa hasta la fecha. No he conocido ni antes ni después un directivo con más terso camino hacia la comunicación con los demás. No por gusto se ganó el título entre los suyos de “príncipe” de la gestión editorial.
Son estilos. Estilos que, repito, se están replegando ante el embate de modos tal vez más novedosos, quién sabe si eficientes, que sustituyen la palabra o el gesto humano, por ese gélido silencio que convoca a emociones muy negativas: la indiferencia y el desprecio.
     
Por eso estoy hoy aquí, y en la fecha que marca su ausencia elaboro por escrito el recuerdo que me dejó esa tarde Miguel Angel Granados Chapa, un comunicador completo, cuyo liderazgo se extendía más allá de los ámbitos del periodismo, hacia la dirección de la empresa informativa, en la observación crítica del ejercicio malogrado del poder en cualquier ámbito, en el diálogo, a la escucha de lo que los otros tienen que decir.

1 comentario:

  1. Leí la columna y tienes muchas razón. Antes que todo, Granados Chapa fue un extraordinario ser humano, siempre congruente con su pensar y su hacer.

    ResponderEliminar