domingo, 21 de febrero de 2010

Lección de Kapuscinski



En realidad hoy quería hablar un poco sobre las palabras, para enlazar el tema con la certeza del poder y la comunicación. No obstante, de pronto pensé que era mejor comenzar con un ejemplo, alguien de carne y hueso que supo sortear las inconveniencias y tentaciones del poder para convertirse en una figura ejemplar del periodismo. Este 23 de enero se cumplieron tres años de su muerte en Varsovia. Había nacido en 1932, en la ciudad de Pinsk, en la Bielorrusia aún polaca con una alta composición de población hebrea, donde también nacieron el primer presidente del estado de Israel, Chain Weizmann, y su primera ministra, Golda Meir.
Ryszard Kapuscinski poseía una intuición especial, una pupila poco común pero muy entrenada, para observar la realidad. Preguntar era confirmar lo que ya de algún modo sabía; escuchar, era abrir puertas a la información real. Oír lo que se comentaba en el bar o en el café mientras leía las noticias del día o bebía una cerveza y luego salir a indagar como un curioso más entre la gente, sin grabadoras que lo identificaran, sólo con una furtiva libreta de notas y, desde luego, su memoria.
Memoria que era capaz de atrapar ambientes, momentos, circunstancias, que después refería en las crónicas y reportajes que poblaban, primero, las páginas de los diarios del mundo y, luego, sus libros. La libreta de notas era sólo un auxiliar que, con un fragmento de diálogo o una simple palabra, podría reproducir más tarde en el soliloquio del cuarto de hotel, toda una entrevista.
Porque Kapushinski nunca pudo sustituir el diálogo humano por ese género periodístico que describen los manuales como entrevista. Sus reglas eran otras y entre ellas la fluidez, la ausencia de un cuestionario previamente elaborado y mucho menos leído ante el entrevistado, que él sustituía, eso sí, por el conocimiento del tema y la exposición abierta al contacto humano, siempre imprevisible, que manejaba como un misterio en el influjo de la conversación.
De este modo el periodista se convirtió en un instrumento preparado, engrasado, listo para entrar en acción en cualquier momento y circunstancia. Tenía, no obstante, requerimientos que actuaron siempre como dispositivos de comunicación propios, a fin de allegarse la información: conocer varias lenguas, ser un ávido lector capaz de obtener lo necesario de forma rápida y en situaciones poco comunes; ejercitar la habilidad para dialogar con personas de diferentes culturas, creencias, costumbres, o lo que es lo mismo: prestar atención a los otros.
Pocas veces se juntan en una sola persona las cualidades que aportó Kapushinski a la ética y a la práctica del periodismo: inteligencia, talento, honestidad, valentía, sensibilidad humana. Le tocó ejercer en una sociedad plena de limitaciones para ofrecer la información, algo que describió en “Los cinco sentidos del periodista”, donde refiere las habilidades que desarrollan los más avezados para evadir de algún modo la censura: “Los que trabajamos en el sistema sabíamos más o menos como escribir en ese ambiente”, dijo; sin embargo consideró que el peor efecto de la coacción sobre la información es la autocensura y en tal sentido su diagnóstico se volvía dramático: “Abandonar la pelea diaria por encontrar un camino de expresión implicaba una situación sicológica de resignación ante la adversidad que vivíamos.”
A la experiencia polaca, Kapushinski sumó el contacto con órganos internacionales de información de varios países y gran prestigio, lo cual le hizo ver el fenómeno de la censura como algo inherente a la propia existencia de los medios, asunto que definió así: “Mientras más grandes sean el periódico, el canal de televisión y la estación de radio, mayor será la censura. En esos terrenos juegan otros intereses antes que la verdad. Y en ese juego no hay una respuesta buena. Hay que luchar y negociar, porque no hay otra solución que hacer los mejores compromisos que podamos para nuestra misión profesional.”
A partir de tal convicción, construyó herramientas que le permitieron esquivar la censura y de algún modo alcanzar la verdad. La más importante entre ellas, tal vez la única imprescindible, fue mantenerse lejos del poder, no recibir de él los beneficios que en cualquier sistema éste ofrece a los periodistas, en especial aquellos que los acercan a puestos de dirección, colmados de prebendas.
Sólo así, lección de Kapushinski, es posible conservar las manos libres y, de hecho, limpias.

2 comentarios:

  1. Magnífico tu artículo, Minerva, sobre el poder, quiénes mejor que nosotros para conocer y soportar todo su peso. Ya sea de una acera u otra, los de abajo somos los que llevamos esa carga tan pesada...y lo peor es que cuando elegimos lo hacemos convencidos de que seremos servidos, cuando al final la silla presidencial los hace inmensos…
    Felicidades por estar en el ruedo y dejarnos cosas tan reflexivas e interesantes.

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  2. Hola Minerva
    ¿Sabes ya que acaba de aparecer un libro contra Kapuscinsky? El autor, un miserable, quiere echar tierra a este autor y lo acusa de haber servido a los servicios secretos del regimen comunista...
    Y ¿qué te parece el premio que le han otorgado a Miriam Rodriguez Betancourt, en la Habana?
    Gracias por tu atencion
    Juan Kuis

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