domingo, 15 de mayo de 2011

Viaje a La Habana


Hace más de dos décadas que vivo fuera de Cuba, pero no he dejado de ir un solo año. Me complace seguir el curso de las vidas que allá dejé, continuar vinculada a ellas y, en especial, a la ciudad donde nací, cuya presencia es hasta hoy alimento de mi poesía. Es verdad que hacía mucho que no viajaba en estas fechas y había relegado la memoria de ese verano tropical, tan perturbador como la reverberación del sol sobre la frente. Su efecto es tan terrible en la conducta humana que no descarto la posibilidad de que esta reflexión de hoy sea el resultado del calentamiento sufrido en las calles de mi ciudad, aún una semana después del regreso.
Lo cierto es que no he podido desprenderme del efecto que me produce el lenguaje cotidiano en el que hoy se expresan mis compatriotas de la capital. No recibí una educación monacal y quienes me conocer saben cómo echo mano de las llamadas malas palabras cuando el caso lo amerita. Creo que esas palabras poseen un énfasis, se diría connotativo, imposible de sustituir en el vocabulario de nuestra lengua. Cancelar su uso es limitar el lenguaje, colocarlo en un territorio de formalidad cercano a la hipocresía. Las palabras soeces dan color y equilibrio a la expresión de un pueblo y están ahí para ser utilizadas.
Pero lo que vi, más bien lo que oí, en La Habana fue otra cosa. Fue la sustitución de un lenguaje por otro. La supresión de nombres y adjetivos formales a favor de las groserías dan lugar a oraciones donde apenas sobrevive el verbo. Los signos de puntuación se sustituyen por estas palabras y los de admiración y/o interrogación prácticamente han dejado de existir bajo el embate de estas interjecciones.
Y esto ocurre todo el tiempo, en todos los sectores de la sociedad y todos los sitios, con excepción de los medios de comunicación. Una doctora bastante reconocida recibe el mensaje de la maestra de su hijo para que la visite en cuanto le sea posible. Cuando pregunta al muchacho las razones del aviso, él le responde:
--Es que estuve diciendo la palabra pinga en el aula.
A la mañana siguiente la madre se presenta ante la maestra y le pregunta:
--¿Qué pinga pasó con mi hijo?
No es ficción, se trata de una anécdota real, porque tales expresiones tienen presencia en todos los estratos de la población: artistas y profesionales, gente que trabaja con la palabra y aquellos que están en la produccion de bienes materiales. Todos. Un ejemplo escrito llegó a mis manos con el número 69 de la revista UNION, la publicacón principal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de reciente circulación, que dedicó 19 páginas a reproducir los Sonetos lujuriosos del italiano Pietro Aretino (1492-1556) en una versión que justifica así Jesús David Curbelo, el traductor y autor de la nota inicial: “…he sido rigurosamente justo con las equivalencias entre el lenguaje de alcoba presente en los poemas de Aretino y nuestra habla.”
Y Curbelo da la clave de los sucesos: El lenguaje ha salido de las alcobas para circular libremente por las calles, sentarse a la mesa de las familias y presidir las reuniones de los ilustrados. Ahí va una primera explicación: Ya no hay alcobas. Y, en consecuencia,el traductor confunde el lenguaje poético (que desde luego incluye a lo que reconocemos como explícito en el erotismo) con lo que él llama sus equivalencias.
Dos amigos que hace tiempo no se ven protagonizan otra anécdota en la populosa esquina de L y 23, en El Vedado habanero, frente a la conocida heladeria Coppelia. Son las doce del dia y mucha gente espera las guaguas, hace cola para los helados, o simplemente deambula por el sitio. Todas las edades y sexos escucharon este diálogo a viva voz, como suelen hablar los cubanos:
---Vicente, pero que flaco estás ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
---No tengo nada hermano. Estoy flaco por el ron y las pajas.
Podría contar muchas más, pero prefiero reflexionar sobre lo que significa el fenómeno como nicho de libertad en la expresión que ha sido coaccionada durante tantos años. Tal vez los cubanos no lo sepan pero están utilizando y abusando del único espacio ilimitado de expresión que tienen: el de las malas palabras. Y han convertido el sitio en un nicho de libertinaje, a través del cual se burlan de las prohibiciones.
El lenguaje como primer producto del pensamiento es un rasgo esencial de la identidad nacional. Existe para que sus usuarios digan lo que piensan y sienten sobre los fenómenos que les rodean, inmersos en los cuales viven. Largos años de limitaciones en tal sentido han volcado a los cubanos, casi masivamente, hacia el espacio de la mala palabra. Podria verse como una suerte de catarsis con rasgos de histeria. Tal vez. Lo cierto es que llama la atención como una manifestación de rebeldia ante la formalidad, el deber ser, la exigencia de mayores sacrificios, el calor y sobre todo, el encono con que se combate a quienes buscan espacios de opinión, como los de internet, en blogs y redes sociales. El mensaje que el colectivo está emitiendo es: Ya que no puedo opinar, maldigo.
Aunque en la maldición se vaya el espíritu de la ciudad. El de sus gentes.
Es un sacrificio de las piezas negras en el tablero de ajedrez: dama por peón. Con la esperanza de que las huestes reinantes alguna vez calculen en su verdadera dimensión sus más graves errores, esos que han vulnerado la naturaleza del cubano y, bajo el acoso, los enmienden.

5 comentarios:

  1. Esto es de lo mejor que he leído. Alguien que viaja y recibe y se alimenta y juzga, aparte de que me enteré de los famosos sonetos de Aretino, que causaron el supuesto enfado de Nancy Morejón. Enfado es una palabra en desuso en todas partes. Pero esta nota debía ser reproducida por doquier. Enfado y doquier deberían estar en cursivas. Felicidades Minerva, el calor te hizo mucho bien.

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  2. Está muy bueno tu obituario al buen hablar en La Habana. Me gustó lo de cambiar dama por peón. Así mismísimo. Es una de las grandes tristezas históricas actuales.

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  3. Mi querida Palas, acertada y comedida, así es e incluso peor. Es triste ver que cada día somos un pueblo más vulgar, y que el desgaste social que hemos sufrido no se enmendará en mucho tiempo. Las buenas costumbres, la educación, las "buenas palabras" se han ido derrumbando junto a la ciudad.

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  4. No sabia tenias un blog.....muy bueno, por cierto.
    Este comentario tuyo sobre sobre la alucinante groceria e incluso la precariedad del uso del idioma de nuestros jóvenes connacionales, es algo que me irrita, y mucho. Y esto en mi caso, al igual creo que en el tuyo, nada tiene que ver con mogigateria ni pose snobista, no......es que esta gente ya no conjugan, ladran, no proyectan, escupen.....
    En fin, y al menos a mi, lo que mas me choca es la desfachatez de las muchachas. El pudor.....de que estamos hablando.....? eso ya no existe.

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  5. Además, la alcoba se volcó a la calle, al Malecón, con toda la "naturalidad" (y el naturalismo) del mundo, allí donde pulula el comercio sexual y el de todo tipo. Mira este videíto educativo que "justifica" el uso (y abuso) de la palabra pinga y sus derivaciones:

    http://www.youtube.com/watch?v=FTudKM7U0dY

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