miércoles, 26 de junio de 2013

Una palabra amenazante


Pese a la frecuencia conque me las encuentro, nunca he logrado entender como algunas personas dan a la palabra literatura y al concepto correspondiente, una connotación amenazante. Decirles acomplejados, como suelen hacer mis más exaltados colegas, calificaría, en caso de que así fuera, sólo una parte del problema.

A mí, en particular, me resulta desolador el espectáculo de la crispación, a nivel no verbal, de algunos funcionarios que ven en el término literatura y, aún peor, cultura, una amenaza que tiene que ver, en lo más básico, con la escritura de textos y la apelación a referencias que ellos no entienden. Y me pregunto por qué. ¿Por ignorancia? Tal vez. Claro, que algunos literatos se exceden en la presunción de lo que saben y sobre todo, en dar lustre a su narciso, sin pensar que a estas alturas todos somos ignorantes. El tiempo de los sabios se acabó hace mucho, desde que el conocimiento se expandió de tal modo que hizo imposible que alguien supiera todo sobre todo. Los más conocedores entre nosotros están informados de un tema y muy a menudo del pequeño segmento de un tema, mientras que en los demás deben acudir a sus colegas más instruidos.

De ahí que yo me haya convencido de que el ignorante no es aquel que no sabe, sino aquel que se niega a saber. Es el caso de los funcionarios del principio.

El calificativo que me parece más apropiado para estos personajes (aunque ya saben que soy enemiga de los calificativos) es el de mediocres. Su más evidente mediocridad se exhibe cuando algún inocente le coloca frente a la vista un proyecto que tiene visos de literario y en consecuencia, ellos consideran elevado. Lo ven con reservas, en la búsqueda minuciosa de palabras a sustituir (producto de su escaso vocabulario), conceptos que requieran la consulta adicional de otras fuentes (o sea, un esfuerzo del receptor), para finalmente solicitar (esto en el mejor de los casos) “bajar el nivel”, con el argumento de que los receptores “no van a entender”.

He visto incluso como, ante la imposibilidad de suprimir el proyecto que rechazan, levantan otro, ahora sí a su gusto: básico (una de sus palabras favoritas), elemental,  que reúne todo lo ya sabido (a veces desde la secundaria) sobre cualquier tema. Es sencillo, breve, con diseño e ilustraciones bonitas y, cuando mucho, vinculaciones para ampliar el tema en páginas de internet. A los que quieran, sólo a lo que quieran, sin hacer mucha presión, sin molestarlos demasiado, no sea que vayan a pensar que pretendemos ilustrarlos o peor aún: exhibirnos como superiores frente a su ignorancia.

Tales proyectos se justifican bajo el enunciado de que es bueno recordarles lo que ya aprendieron hace tiempo, pero han olvidado. Lo cuál no sería problema si no negaran la posibilidad de, tras hacerles memoria, dar un paso más y ofrecerles acceso a lo que aún no tienen. Para estos señores (as), la palabra actualización es sólo eso, una palabra que no implica proporcionar el contacto con otros universos del conocimiento, métodos diferentes, opiniones diversas, nuevas fuentes. 

Es una pena. Y lo es más porque cualquier proyecto educativo-cultural que no esté dentro de lo trillado y cuya implantación permanezca en manos como éstas, se condenará al fracaso y la correspondiente frustración de quienes hayan trabajado en él. Tales funcionarios ignoran que la educación es ante todo un reto para aprender a pensar. Y saber pensar implica un desafío continuo frente a lo que no sabemos, para encontrar primero las fuentes del conocimiento y a partir de ello ejercitar nuestro criterio, elaborar juicios que conduzcan a la construcción de una opnión propia sobre los fenómenos actuales y pasados que nos interesan.

El aprendizaje de pensar no refiere sólo la capacdad de recordar lo que hemos aprendido antes; es eso y es también poder seleccionar los datos que tienen aplicación en los temas que hoy nos interesan. Esa informacion proviene no únicamente de la educación recibida, sino de la experiencia vivida. Saber pensar es aprovechar todo lo ocurrido, leído, aprendido, a lo largo de nuestra existencia y es, más aún, continuar haciéndolo de una manera más consciente y para siempre.

      Es lo que no son y por lo visto no serán, los funcionarios mediocres.

1 comentario:

  1. Esto es genial mi querida Minerva, y muy atinado, sobre todo para estos tiempos.
    Simpre el abrazo y la admiración de,
    Ena

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