Pese a la frecuencia conque me las encuentro, nunca he
logrado entender como algunas personas dan a la palabra literatura y al
concepto correspondiente, una connotación amenazante. Decirles acomplejados,
como suelen hacer mis más exaltados colegas, calificaría, en caso de que así
fuera, sólo una parte del problema.
A mí, en particular, me resulta desolador el espectáculo de
la crispación, a nivel no verbal, de algunos funcionarios que ven en el término
literatura y, aún peor, cultura, una amenaza que tiene que ver, en lo más
básico, con la escritura de textos y la apelación a referencias que ellos no
entienden. Y me pregunto por qué. ¿Por ignorancia? Tal vez. Claro, que algunos
literatos se exceden en la presunción de lo que saben y sobre todo, en dar
lustre a su narciso, sin pensar que a estas alturas todos somos ignorantes. El
tiempo de los sabios se acabó hace mucho, desde que el conocimiento se expandió
de tal modo que hizo imposible que alguien supiera todo sobre todo. Los más conocedores
entre nosotros están informados de un tema y muy a menudo del pequeño segmento
de un tema, mientras que en los demás deben acudir a sus colegas más
instruidos.
De ahí que yo me haya convencido de que el ignorante no es
aquel que no sabe, sino aquel que se niega a saber. Es el caso de los
funcionarios del principio.
El calificativo que me parece más apropiado para estos personajes
(aunque ya saben que soy enemiga de los calificativos) es el de mediocres. Su
más evidente mediocridad se exhibe cuando algún inocente le coloca frente a la
vista un proyecto que tiene visos de literario y en consecuencia, ellos
consideran elevado. Lo ven con reservas, en la búsqueda minuciosa de palabras a
sustituir (producto de su escaso vocabulario), conceptos que requieran la
consulta adicional de otras fuentes (o sea, un esfuerzo del receptor), para
finalmente solicitar (esto en el mejor de los casos) “bajar el nivel”, con el
argumento de que los receptores “no van a entender”.
He visto incluso como, ante la imposibilidad de suprimir el
proyecto que rechazan, levantan otro, ahora sí a su gusto: básico (una de sus
palabras favoritas), elemental, que reúne
todo lo ya sabido (a veces desde la secundaria) sobre cualquier tema. Es
sencillo, breve, con diseño e ilustraciones bonitas y, cuando mucho,
vinculaciones para ampliar el tema en páginas de internet. A los que quieran,
sólo a lo que quieran, sin hacer mucha presión, sin molestarlos demasiado, no
sea que vayan a pensar que pretendemos ilustrarlos o peor aún: exhibirnos como
superiores frente a su ignorancia.
Tales proyectos se justifican bajo el enunciado de que es
bueno recordarles lo que ya aprendieron hace tiempo, pero han olvidado. Lo cuál
no sería problema si no negaran la posibilidad de, tras hacerles memoria, dar
un paso más y ofrecerles acceso a lo que aún no tienen. Para estos señores (as),
la palabra actualización es sólo eso, una palabra que no implica proporcionar
el contacto con otros universos del conocimiento, métodos diferentes, opiniones
diversas, nuevas fuentes.
Es una pena. Y lo es más porque cualquier proyecto
educativo-cultural que no esté dentro de lo trillado y cuya implantación permanezca
en manos como éstas, se condenará al fracaso y la correspondiente frustración
de quienes hayan trabajado en él. Tales funcionarios ignoran que la educación
es ante todo un reto para aprender a pensar. Y saber pensar implica un desafío
continuo frente a lo que no sabemos, para encontrar primero las fuentes del
conocimiento y a partir de ello ejercitar nuestro criterio, elaborar juicios
que conduzcan a la construcción de una opnión propia sobre los fenómenos
actuales y pasados que nos interesan.
El aprendizaje de pensar no refiere sólo la capacdad de
recordar lo que hemos aprendido antes; es eso y es también poder seleccionar los
datos que tienen aplicación en los temas que hoy nos interesan. Esa informacion
proviene no únicamente de la educación recibida, sino de la experiencia vivida.
Saber pensar es aprovechar todo lo ocurrido, leído, aprendido, a lo largo de
nuestra existencia y es, más aún, continuar haciéndolo de una manera más
consciente y para siempre.
Es lo que no son y por lo visto no serán, los
funcionarios mediocres.
Esto es genial mi querida Minerva, y muy atinado, sobre todo para estos tiempos.
ResponderEliminarSimpre el abrazo y la admiración de,
Ena