lunes, 7 de octubre de 2013

Los amigos

La amistad es un tema antiguo, forma parte de la identidad humana y podría afirmarse que la horda ancestral se cimentó sobre los pilares de esa afinidad grupal que además de intereses de sobrevivencia, tuvo como empaste la atracción muy definida que algunos sentían hacia otros, sentimiento que les aportaba confianza y les producía un impulso de protección hacia quienes presentían como sus iguales. En ese incipiente momento de aparición del lenguaje eran estos favoritos quienes primero se enteraban del más reciente descubrimiento, de la sospecha sobre el enemigo encubierto, de la última aventura de apareamiento.     
Pasaron los años, millones de ellos. Los humanos construyeron civilizaciones y en cada una estuvo presente la amistad y, desde luego, su contraparte: la traición. Uso esta palabra porque decir enemistad, colocaría el término en una definición de diccionario, injusta por demás cuando se aplica a quien nunca fue un amigo. Traidor es el epíteto con que identifico a aquel que, aun apartado de quien le fue cercano, violenta los límites de la ética, la lealtad, la gratitud y la memoria del pasado.   
Michel de Montaigne es el más recordado entre nosotros, no sólo como creador del género ensayístico, sino por su conceptualización de sentimientos y/o emociones como la crueldad, el miedo, la cobardía. Su testimonio sobre la amistad aún sirve a muchos como patrón de conducta, pese a la intención misógina que induce, correspondiente con la época en que vivió. Montaigne aparece entre los primeros (después de Platón, claro) que atendieron el tema por escrito; con amplitud en el trascendente texto de 1572, que recuerda su vínculo con Étienne de la Boétie, fallecido nueve años antes, cuando ambos no alcanzaban la treintena. Las muchas ediciones de los Ensayos nos dejan una frase recurrente con la que respondía al soliloquio de sus cuestionamientos: ¿Por qué le quería tanto?:
Porque era él. Porque era yo.
Tras lo cual Montaigne se explicaba: En la amistad hay un calor general y universal, que se remansa templado e igual, un calor constante y sereno, todo dulzura y delicadeza, sin aspereza ni acuciosidad. (...) La amistad se goza en la medida en que es deseada, se ensancha y alimenta con su disfrute, como cosa espiritual que es, y el alma se depura con su uso.
Y conclusivo:
--Es que en la amistad no hay más negocio ni trato que ella misma.


Viernes 4 de octubre: Manolo, Reynaldo y yo.
Felices y emocionados.
Todo el Renacimiento y buena parte de la modernidad se rigieron por estos criterios, ciertamente ideales, que los contemporáneos aderezaron con la exhibición de las contradicciones habituales entre amigos, ocultadas a fin de preservar la amistad: broncas coyunturales, diferencias de criterios e incluso envidias y equivocaciones. Esta clarificación del auténtico concepto de amistad trajo como consecuencia –lejos de lo que pudiera pensarse--, un fortalecimiento de sus significados, que continúan inscritos en la necesidad esencial humana de comunicarse con sus semejantes y elegir entre ellos a sus afines, con el propósito de construir el pensamiento y la conducta comunes, defenderlos como se defiende el bien colectivo, protegerlos como se protege a la propiedad del grupo, buscar abrigo entre ese abrigo y saber que pese a cualquier diferencia, junto a ellos está el hogar seguro.

O sea, que sigue vigente el código de la horda inicial.

Eso es lo que se observa en los grupos que ilustran la acción del pensamiento y el arte en los siglos pasados. La filosofía y la literatura le deben mucho (no me atrevo a afirmar que todo) a la amistad, a la coincidencia de esos círculos afines que implementaron el progreso de las ideas. En México la muestra mayor del siglo XX lo fue el Ateneo de la juventud, pero en fechas más recientes pueden citarse colectivos de amigos que lo fueron en torno a revistas como Vuelta y Nexos, entre otras varias.
En Cuba el pasado siglo abunda en ejemplos, en especial la década del veinte, con su renovación en la cultura y en la acción política. En los cuarenta y cincuenta la revista Orígenes (1944-1956) fue producto de un proceso que comenzó con la asidua visita de unos amigos, a partir de 1939, a una casa de la muy habanera calle Neptuno.  
En el periodo revolucionario, posterior a 1959, la tradición de la amistad se mantuvo –faltaría más- y aunque los proyectos no adscriptos a instituciones oficiales ya no tuvieron cabida, hubo amigos que pudieron ejercer como grupo en torno a publicaciones (y quiero pensar que también en proyectos científicos o de otra índole) autorizadas. Fue lo que ocurrió con El caimán barbudo, por ejemplo,  y de manera inexorable, con la revista Cuba internacional, cofradía a la cual pertenecí. Corrijo: pertenezco.
Era una época, vale decirlo, en la que tal vez como en ninguna otra, hubo que defender la amistad. Cualquier grupo afín, de estudios autodidactas o de aficiones comunes, universitario, de café, literario, proclive al intercambio de ideas, era visiblemente observado e incluso intervenido por agentes de ocasión que finalmente lo hacían estallar desde dentro o entrar en una apatía, definitoria de su desaparición. Recuerdo muy bien a los reunidos en el portal de la casa de nuestra querida Amanda Puente, fallecida a los 26 años. En 1966 ingresamos a la carrera de periodismo de la Universidad de la Habana y quienes dábamos nuestros primeros pasos literarios, Amanda entre nosotros, decidimos abrir una suerte de taller para leernos mutuamente. Amanda brindó su casa de la calle 25, en el Vedado, por la cercanía, y para allá fuimos en nuestras horas libres, durante varias semanas. Hasta que por arte de magia el entusiasmo decayó, comenzaron las ausencias y desaparecimos sin más; para caer bajo el control exclusivo de las aulas, los únicos recintos permitidos. Muchos años después, supe que ese grupo fue observado por los funcionarios oficiales que velaban el orden universitario y como no gustaban de las reuniones no programadas por ellos, usaron como sustancias disolventes a algunos de los participantes. Nunca más a lo largo de los años de estudio, se nos ocurrió crear un taller semejante, aunque, desde luego, el intercambio de nuestros papeles creativos continuó bajo el signo de la más cercana amistad.
Pongo este ejemplo a manera de ejercicio comparativo, para afirmar que el grupo de la revista Cuba resistió. Las condiciones laborales son diferentes, es cierto, pero nuestro vínculo afectivo se hizo fuerte en torno al amor por el trabajo que hacíamos. Esa combinación que nos hizo crecer como profesionales y como personas, creó un lazo cuya solidez se mantiene hasta hoy, resistente no sólo ante la desaparición de la práctica del periodismo que nos juntaba, sino frente a la amarga distancia que impone la emigración, el castigo, los contrastes, las diferencias y hasta los distintos modos de asumir el miedo y la valentía. Por encima de todo ello prevaleció ―tal vez como sólo antes se dio en los visitantes de la calle Neptuno―, la amistad.
Por eso me esfuerzo en recuperar a quienes estuvieron en la revista Cuba internacional en la década del setenta y hasta entrados los ochenta. Cada día que lo logro es una fiesta, porque me encuentro con la idea de que el tiempo no pasó y aunque el proyecto de ese periodismo ya no existe, la época en que allí coincidimos sigue viva, privilegiada en nuestra ya larga trayectoria profesional.
En los últimos tiempos se fueron para siempre Eliseo Alberto (Lichi), Antonio Conte, Agenor Martí, pero aquí quedamos los demás para no permitir que se olviden. El año pasado pude reencontrar por diversas vías a algunos de los más queridos: Iván Cañas, en Miami; Ernesto Fernández, en La Habana; Froilán Escobar, en Costa Rica. Manolo Pereira vive en México y está entre ellos, también lo está el suizo Luc Chessex. Un día, estoy segura, volveré a ver a Raúl Rivero, en Madrid, a quien me une también la generación poética.
Esta semana recuperé tras casi tres décadas de no vernos, a Reynaldo Escobar, entre mis muy queridos. Las fotos de ayer y hoy dan idea de ello.

Nota: La foto que preside esta entrada es de 1975 (creo), arriba: Iván, yo, nuestro chofer. Abajo de izquierda a derecha:
José A. Figueroa, Manolo Pereira, Pablo Fernández, Agenor Martí. En cuclillas, Reynaldo.

          

15 comentarios:

  1. Gracias minerva por estar ahi, arriba del jeep ruso en Camaguey, en la escalera del hotel en el DF y sobre todo por estar de manera petrea en la memoria de ese proyecto sui generis y memorable que fue la Revista Cuba..gracias amiga, seguire luchando por seguir a tu lado.....honrar honra.....Ivan Canas

    ResponderEliminar
  2. Mireya Elisa Durán11 de octubre de 2013, 6:50

    Me da tanto gusto leerte, saberte contenta y compartir, aunque sea por este medio, tus reflexiones. También me da un gusto enorme el que hayas compartido un pedacito de tu sabiduría conmigo. Espero no pase tanto tiempo para reencontrarnos y seguir aprendiendo de ti. Mi entrañable maestra.

    ResponderEliminar
  3. Me gusta mucho hermana

    ResponderEliminar
  4. Me gustó mucho.

    ResponderEliminar
  5. Querida Minerva, excelente nota. Creo, como tú, que hay que seguir en la defensa de la redacción de la Revista Cuba Internacional. Vi a Macho hace unos meses y tengo contacto directo con Iván y, a veces con Manolo. También estoy seguro que nos veremos pronto.Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Minerva, hoy fue que leí tu Esquinaconbanca. Hermoso lo que dices. Doloroso lo que dices. Ambos dos (como decían en Cuba) unidos en su impulso en esas palabras con que ahora remontas el tiempo y la gente con quienes nos tocó (debía decir elegimos, pero no siempre fue así) compartir. Fue una época difícil. Fue la época que nos unió y también la que nos separó. Ahora estamos como en aquel cuento de Bradbury en que estalla la nave en que viajaban y empiezan a alejarse uno de otros en el espacio: comunicándonos en la distancia mientras nos queden baterías. Dámele un abrazo a Reynaldo. Y un abrazo para ti. Grande. Duro. Que dure.

    ResponderEliminar
  7. Mine, se siente tu gran emoción por ése reencuentro, muchas gracias por compartirlo.
    Muy generoso y sabio el vínculo de la amistad con los grupos que se gestaron. Siento que en nuestra generación, en nuestro país, esa forma de intercambio como dices, que nos ayuda a crecer, a conocer y pensar para el cambio, no la vivimos así de comprometida, tal vez, de otra forma, pero también mucho tiene que ver la formación, la historia y creo que nos ha faltado de ése empujón apasionado, por algo como bien has mencionado en reuniones, no hay una auténtica organización ni en el ámbito académico, menos en lo social.
    Al leerte, reconforta y motiva mucho a no perder nunca el interés, ni la curiosidad por estar cerca del conocimiento, por lo tanto de pensar. Siento que en lo personal, que me faltan muchas cosas, pero algo que sí tengo es el privilegio de la amistad
    Te admiro mucho Mine, aprendo mucho de ti, te respeto enormemente y es un gusto y placer leerte. Eres impecable en todo, de corazón.

    ResponderEliminar
  8. Cristina González11 de octubre de 2013, 6:59

    Me gustó mucho Minerva, gracias por recordarnos lo que debe ser la amistad

    ResponderEliminar
  9. ¡Felicidades por bello y sentido post!nYa voló a la isla multiplicado.

    ResponderEliminar
  10. Buenísimo Minerva Salado Rabelo!! Besos!!

    ResponderEliminar
  11. El artículo me hizo reír y me puso triste también.
    Que fuerte!

    ResponderEliminar
  12. ¡Muy buena esta foto! Qué bueno que pudiste verlos, conocer a esta muchacha, reencontrarse. Me alegra mucho.

    ResponderEliminar
  13. Es un lindo y sentido texto, con su gran dosis de nostalgia, me conmovió tu amor por tus grupos, por ese tiempo de intercambios donde van y vienen las ideas del futuro, donde se trabaja y busca la vida ¡en medio de tanta compañía! Espero que este país no sea tan incapaz de brindarte esos refugios, ese portal lleno de risas y complicidad. Me apena que no haya aquí "un núcleo" de tu vida que te haga sentir en esa armonía tan fraternal que sabe resistir cualquier embate.
    Espero ver muy pronto tu ensayo o libro testimonio sobre la REvista Cuba, espero que nadie detenga ese camino de investigación y de escritura, y que nada perturbe ese deseo, nada ni nadie pueden interponerse para cumplir ese anhelo.
    Disfruté mucho tu texto y lo volveré a leer de vez en vez.

    ResponderEliminar
  14. Poeta: me conmovió tu texto: la amistad, esa sagrada confluencia que hoy ya no se práctica. Un amigo: elección en busca de ese otro yo Pitagórico ("Un amigo es otro yo"). Me da gusto ver a Pereira sonriente. Me da gusto verte entre tus amigos. Gracias por este breve homenaje a esa religión que yo encontré en Lichi, en medio de la soledad que me arropa hace más de 30 años en este país extraño y dulce, violento y entrañable. Abrazos de CARLITOS OLIVARES BARÓ

    ResponderEliminar
  15. Magnifica entrada Minerva, como siempre. Un abrazo
    Ena

    ResponderEliminar