El escritor se
obliga a representar un papel en las declaraciones y, en el caso de los más
retraídos o cáusticos, la compilación de afirmaciones hechas en tales
circunstancias podría llevar a juicios que nada tienen que ver con la realidad
esencial de la persona. Ni qué decir de quienes se dejan arrastrar por su
vanidad, por el deseo de ser oportunos o aparentar mayor inteligencia e ingenio
de los que se tienen.
En este sentido,
Julio Cortázar fue una suerte de excepción, al evadir con singular talento la
tentación de ser deshonesto. La naturalidad y el desenfado fueron sus armas
predilectas frente a los interrogatorios, durante los cuales hizo gala de una
especial falta de temor para contar la trayectoria personal, sin poses ni
afanes de parecer otra cosa que no fuera él. A la postre, esta actitud lo hizo
trascender como un escritor sincero y un hombre honesto. Alguien que vio
siempre los acontecimientos que le rodearon a través del transparente cristal
de su propia verdad, la verdad de sí mismo.
Lo que para otros
constituye un conflicto, la fecha de publicación y la calidad de sus primeras
obras, para él era simple anécdota, en la que siempre comenzaba por recordar su
tardía llegada a las editoriales y lo que es peor, su demora en reconocer la
existencia de la historia. Algo que definió con una frase memorable: "Rayuela es un libro excesivamente
individualista. (…) Es el libro que yo más quiero personalmente."
Por supuesto que sus
respuestas provenían de una seguridad en sí mismo, fundamentada en la
profunda reflexión sobre cada paso que daba en el abordaje de su obra y en su
pensamiento. No sólo no tuvo reparos en relatar su proceso de encuentro con la
historia y con la identidad de América Latina, sino que disfrutaba al hacerla: La revolución cubana me mostró en plena realidad
el vacío histórico en que yo había vivido hasta ese momento, totalmente
sometido a una visión individualista del mundo y de la literatura. De golpe descubrí el plural y, bueno, por qué
no decirlo, descubrí el pueblo, que para mí había sido una entidad un poco
abstracta.
En 1961 se produce en mi vida un hecho muy
importante: es que yo hago mi primer viaje a Cuba y tomo contacto aquí con el
mundo cubano, con la revolución cubana, y eso --ya lo he dicho muchas veces,
pero me gusta repetirlo-- fue coagulante, el catalizador que me mostró a mí
hasta qué punto yo era latinoamericano, hasta qué punto yo era argentino, cosa
que había ignorado durante muchos años. Puedo decir que para mí la revolución
cubana me metió en la historia, me hizo entrar en la historia. Yo no tenía
ningún interés por la historia, me interesaba lo estético únicamente.
Tengo a la mano dos
textos desconocidos en México, aunque publicados en Cuba. El primero proviene
de la grabación de un diálogo que en 1975, tuvo con los profesores de la cátedra
de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de La Habana, recogida y
publicada a la muerte de Cortázar por Mirta Yáñez, entonces miembro de aquel
claustro. El segundo es la entrevista que
para Radio Habana Cuba le hizo en 1978, el periodista Orlando Castellanos en
su programa "Formalmente informal". Ambos textos se complementan y
de ellos me pareció interesante extraer algunos segmentos que si bien no
aportan a estas fechas nada nuevo en
el conocimiento del escritor argentino, sí lo recuerdan como presumo que él
quería, es decir, como era.
... En
realidad yo no tengo ninguna vanidad --dijo en la Facultad de Letras--, pero
tampoco ninguna falsa modestia, como ese tipo de escritor que se sonroja y
dice: 'No, de ninguna manera', cuando él está pensando que es un genio. Una vez me pasó una
cosa divertida. Se las cuento como anécdota, porque ahí me di un gusto. Un
señor, con muy mala intención, me dice: 'Señor Cortázar, ¿a qué atribuye usted el éxito de sus
cuentos?' Señor --le dije--, yo
atribuyo el éxito de mis cuentos a que están muy bien escritos.
Además de probar su
desenfado, la cita muestra algo que ya sabemos, la importancia que Cortázar
daba al humor, tema sobre el que habló, escribió y desde luego, aplicó a su
obra. Cito su parecer en 1975: EI humor
es un tema que me interesa mucho. En la literatura latinoamericana en su
conjunto yo he notado una falta de sentido del humor. Estamos recién empezando
a redescubrir el humor en muchos planos. Por ejemplo: la novelística de García
Márquez está llena de humor. En la manera con que él enfoca las situaciones,
los problemas. El humor existe.
Yo creo que en la literatura inglesa es donde el
humor ha alcanzado su mayoría de edad. Los ingleses descubrieron que el humor
es una cosa muy seria. Que el humor bien aplicado permite resolver situaciones dramáticas
sin caer en Ia cursilería o el patetismo. Yo, personalmente, he apelado y sigo apelando al humor
cada vez que es necesario. En Rayuela hay situaciones terriblemente trágicas en las que el
humor impide caer en un pozo de angustia total y, al mismo tiempo, la angustia está presente. Claro, hay gentes
que confunden humor con trivialidad. y el humor bien entendido no es trivial. Y
en ese sentido soy optimista, porque tengo la impresión de que los jóvenes
escritores de América Latina comienzan a escribir de una manera menos
tremendista. Porque además el humor es crítico, es una facultad crítica. Lo importante
es que el humor no se convierta en un valor negativo.
A menudo el humor se
convierte en travesura. En los escritores se hace travesura de la fantasía y
hasta del Ienguaje. Cortázar fue uno de esos traviesos, cuya mayor fortuna
consiste en no haber dejado crecer demasiado al niño que todos llevamos dentro.
Él le ofreció, a cambio, una fuente de narraciones y ejercicios literarios, de
la cual nutrió varias de sus obras. En 1978 hablaba así de Historias de
cronopios y de famas:
--Sí. Yo estoy muy enamorado, tengo una culpable
debilidad por ese libro porque fue un juego que yo escribí hace 20 años. Pero
como todos los juegos, tiene su lado serio. Tú sabes cómo se ponen serios los
niños cuando juegan. Es una cosa muy importante. Yo recuerdo que cuando era
pequeño y estaba jugando y mi madre venía y me decía: “iBueno, vamos, que
tienes que bañarte, comer!, yo la miraba y pensaba: los grandes son tontos;
por qué tiene uno que bañarse y comer si lo importante es terminar este
partido. Había una especie de noción de que el juego es una cosa muy seria.
Tres años antes
había dicho:
Esos dos libros, La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, surgen de que, cuando yo era niño, en la Argentina existían unos almanaques que salían anualmente. En Argentina se llamaban 'Almanaque del Mensajero' y era un libro que contenía de todo. Interesaba sobre todo a los campesinos, porque dentro de ese libro había calendarios, las fiestas, los eclipses, las mareas, los datos científicos de todo el año; luego había pequeños cuentos, poesías, había historietas, recetas de cocina, medicina del hogar, astrología, todo lo que podía colmar la imaginación a lo largo de un año. Yo de niño leí muchos de esos calendarios, porque mi madre compraba ese 'Almanaque del Mensajero' y el primero de enero, que era cuando tenía que llegar, estaba ya yo esperando al cartero. A mí me fascinaba. Me fascinaba encontrar los dibujitos, las adivinanzas, los pequeños problemas matemáticos. Entonces, durante años, me rondaba la idea de escribir un libro que fuera como almanaque, pero digamos, en un plano de literatura. Y sucedió que se me habían ido juntando así diferentes textos que no había publicado, en general eran cortos, y un día dije: bueno, pero con todo esto yo puedo hacer un almanaque, vamos a intentarlo.Y así nació La vuelta al día en ochenta mundos, junté todo lo que tenía en las gavetas, eliminé lo que no me gustaba, lo ordené dándole más o menos coherencia, y lo publiqué.
Rayuela,
sin
embargo, es un libro completamente adulto. Reflejo angustioso de una época y un
retrato de la neurosis del hombre ilustrado. Horacio Oliveira expone la
definición que una vez le escuché a un psiquiatra, casualmente argentino:
"El neurótico es alguien que sabe que dos y dos son cuatro, pero no está
de acuerdo. El psicótico, en cambio, es feliz en el convencimiento de que dos y
dos son cinco". Es obvio que Oliveira pertenece al primer grupo y para conocerlo
mejor hay que regresar a lo que dijo Cortázar sobre Rayuela, en 1975:
En Rayuela yo trabajé sobre la base de tres niveles de intereses.
Lo primero que se nota en Rayuela, cuando uno empieza a leerlo, es que se trata de un
libro de cuestionamientos. El personaje central, Horacio Oliveira, es un hombre
que no acepta las cosas como le son dadas en la sociedad en que vive. Creo que
eso se nota enseguida: es un hombre que está a contrapelo, que vive angustiado
porque las cosas que vienen decididas por la tradición de la cultura
occidental, él no está dispuesto a aceptarlas, como las acepta en general la
gente, sin discutirlas. Oliveira parte del principio, que él ve de manera muy
confusa porque no es ningún genio, que la sociedad en el momento en que él está
viviendo, digamos por los años 65, es una sociedad que va por mal camino, una
sociedad que equivocó su camino. Que la civilización occidental va por mal
camino. Él se pregunta por qué
yeso está de una manera más o menos explícita en muchos momentos del libro.
Yo tengo que agregar que en el momento de escribir Rayuela el mundo
occidental vivía bajo un estado de psicosis, vivía bajo la amenaza de la
guerra atómica. Fueron los años en que los periódicos hablaban continuamente
del peligro atómico inminente, es decir, el temor de que en un ataque de
locura o de histeria, alguien en Washington apretara el gatillo. Y saltara la
primera bomba y el caos comenzaría. En ese momento cuando yo escribía Rayuela, el
personaje Oliveira, aunque no hable concretamente de ello, está reflejando ese
punto de vista. Todo
lo dice explícitamente: ¿Qué es esta civilización que nos está haciendo desembocar
en la destrucción nuclear? Es eso lo que hace dudar y cuestionar todo.
Plantearse el destino del hombre, qué es realmente el hombre. Busca, tanteando,
otras respuestas. Ese es el primer nivel de los tres niveles de Rayue/a. Y me voy acercando poco
a poco, porque para cuestionar una cultura, nuestro recurso es el pensamiento
y, por lo tanto, su vehículo natural, es el lenguaje. Es decir, cualquier cosa
que critiquemos la criticamos pensando y, por lo tanto, utilizando el
lenguaje.
Pero el lenguaje es también un instrumento que
hemos heredado, que nos viene de la misma civilización que estamos cuestionando.
Entonces Oliveira, pero sobre todo Morelli --ese personaje que es un poco el
pensador en Rayuela--, se
plantea el problema del lenguaje y dice: 'Bueno, si se trata de poner las
cosas en duda, si se trata de volver a buscar los orígenes, de encontrar otras
posibles respuestas, lo primero que yo tengo que hacer es criticar mi
instrumento de trabajo, porque si caigo en la trampa de un lenguaje
convencional, heredado y adquirido, no puedo cuestionar nada, porque tengo al
enemigo en mi propia casa'. Y fue en ese momento, a esa altura de ver el problema,
que pensé en el tercer nivel. Y ese tercer nivel, el último, es el lector. (...)
El lector está en Rayuela en
una actitud de importancia análoga a la del autor.
Este 1994 se han
conmemorado diez años de la muerte de Cortázar. La fecha podría invitamos no
sólo a disfrutar de nuevo sus textos, sino a abordar una reflexión que
comenzara con la pregunta: ¿qué ha pasado con los intelectuales
latinoamericanos en estos diez años? Habría respuestas de todo tipo y desde
luego, muchas de ellas justificativas. En diez años la crisis se acentuó y el
mundo político que Cortázar dejó al morir, es diametralmente otro. La amenaza
de guerra nuclear fue sustituida por esa persistente inquietud cotidiana,
local, que acerca la violencia hasta los umbrales de nuestra intimidad. El fin
de la guerra fría, acontecimiento que Cortázar hubiera festejado junto con
nosotros, no significó más que la proliferación de conflictos bélicos, locales
y el comienzo de una era de poder unilateral que nos vuelve a ofrecer esta
disyuntiva: el sometimiento o la aniquilación. Aún el mundo observador no sale
de su desconcierto y son cada vez menos los que se rebelan. El concepto de
soberanía va cambiando, adaptándose a las nuevas circunstancias, y crecen en
las sociedades urbanas, en nuestras metrópolis, esos dos grandes grupos de
opinión: los que callan y los que otorgan. Los otros son los menos. En tal
atmósfera se nota más la ausencia de Cortázar. Esa honestidad para dar el paso
siguiente, su limpieza para reconocer las limitaciones propias y su valentía
para afrontar riesgos en un camino que él definió así: "Ese salir del Yo
para entrar en el Tú y en el Nosotros. Salir de la primera persona del singular
para entrar en el gran plural de la Humanidad".
Publicado en etcétera, semanario de política y cultura, 21 de abril de 1994
ResponderEliminarMe ha encantado esta "reflexión" sobre Cortázar...sobre todo lo que dice del humor.
Mine, tu texto sobre Cortázar me encantó. Es un excelente acercamiento a partir de entrevistas o declaraciones poco conocidas. Qué bueno ese juego entre el singular y el plural, entre el yo, el tú y el nosotros. Gracias por hacerme llegar tu esquinaconbanca. Un abrazo. Froilán
ResponderEliminarEstas lecturas son paraísos, respiros, y el regreso a lo que una quiere saber, o creer..
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