lunes, 20 de julio de 2015

Llegó el día


 
De algún modo todos lo sabíamos, algunos lo sospechaban, muchos lo presintieron, otros se lo negaron. La historia transcurre en periodos, que no por estar encadenados dejan de ser diferentes: primera guerra, entre guerras, segunda guerra, nazi-fascismo, estalinismo, franquismo, etc., etc.
Hoy, se izó de nuevo la bandera cubana en Washington, frente a una sede diplomática que es la primera desde aquel 3 de enero de 1961, hace 54 años.
El fin del fidelismo doctrinario acaba de dar un paso en firme.
El nombre de “regularización”  da título a un proceso que si bien, como se ha dicho, implica una larga caminata llena de obstáculos a vencer, significa ese periodo mediador en el cual se sembrarán las semillas de una democracia a la cubana, que aún no sabemos a ciencia cierta cómo se va a elaborar. Hay una parte pragmática en ese tránsito, que depende del forcejeo que trae cualquier ajuste entre opuestos. En nuestro caso, con el añadido de esos adversarios que no han sido consultados  para la toma de decisiones de ambos gobiernos y que van a dar su lata en tanto no se les tenga en cuenta.
La deliberación ha sido totalmente gubernamental y detrás el coro de voces, en protesta y en apoyo. Estas últimas procedentes de la isla, en su mayoría, al interior de la cual  creo saber que ya están hartos de tanta pelea. Una vez que los acuerdos fueron un hecho, los que viven en Cuba “desmayaron” el seguimiento de la información sobre el tema --que como han aprendido, siempre es parcial y sólo destaca lo conveniente a la circunstancia-- y se dedicaron a esperar la trasmisión de los Juegos Panamericanos, proyecto más edificante a su cotidianidad.
Por razones de cumpleaños, esta semana hice tres llamadas a La Habana, de  quince o veinte minutos cada una. Tras la felicitación correspondiente, los receptores y yo repasamos los temas de interés: familia, proyectos personales, viajes próximos, algún chisme de la cofradía.
El tema de las relaciones Cuba-USA estuvo ausente. No se nos ocurrió emplear un minuto de esa costosa tarifa telefónica que impera sobre la isla, para intercambiar una sola frase, insinuación y/u opinión sobre el inminente izaje de nuestra bandera en un edificio de Washington.
La gente de a pie en Cuba está en otras cosas y como no acostumbra a tomar decisiones sobre los giros trascendentales que da el país en la economía, la sociedad y la política, hace tiempo conduce su energía hacia lo que realmente es su problema: la vida cotidiana. El clima observado en la isla es muy favorecedor respecto al acercamiento con Estados Unidos, pero hasta ahí. Lo demás, es asunto de ellos, los dirigentes. 
Lo que acabo de decir es para mí medular en el próximo futuro de Cuba, pues creo que entre las cuestiones a recuperar tiene prioridad la capacidad de pensar del cubano, sin exaltaciones, sin gritos, sin agresiones, sin consignas manidas, sin rencores.
De España hemos heredado y practicado la vocación discutidora, “metementodo”, que pone la opinión por encima del dato. En los últimos tiempos, yo diría que en las últimas décadas, el desfogue de esa condición se encaminó de manera muy hábil hacia el deporte y la rivalidad de colores encauzó la pasión que antes se dedicaba a otros temas. La sustracción de la información hizo precaria la noticia y los aburridos receptores adoptaron la costumbre de sintonizar los noticieros, y aún las tediosas mesas redondas, como sonido a fondo de las verdaderas conversaciones. Tanto como la compra de los escasos periódicos en circulación se hizo imprescindible como papel para envolver la basura del día.
Hoy más que antes, es necesario interesarse por lo que ocurre en el país, en su circunstancia, en el mundo. Porque son los cubanos de la isla los portadores de la información que ha de trasmitir lo que han vivido y sobre cuya base se elaborarán los nuevos designios. Ellos serán los primeros en participar en esos aún distantes  procesos en los que habrán de competir contendientes con programas diversos. Ellos tendrán que examinar con buen criterio varias propuestas antes de seleccionar la suya. Y admitirán que si bien es  verdad que la historia transcurre por periodos, también lo es que esos periodos dejan huellas. Tanto si son rupturas abruptas como deslizamientos encadenados, los vestigios siguen ahí para confirmar la diversidad del pensamiento humano. El peronismo no terminó con la muerte de Perón y de Eva; el franquismo  continúa presente en las filas de los partidos que debaten la España de hoy; el comunismo polaco, por sólo mencionar un ejemplo del otrora campo socialista, es un contrincante activo en el parlamento actual de ese país. Las tendencias nazifascistas son una desgracia aún vigente en Europa, y no sólo allí.
Que nadie crea que con una goma de borrar se suprimen las huellas de un periodo.
Lo que si puede y debe pasar es que los sucedidos en esa etapa sirvan de base para reformarla, superarla, transformarla, impulsar su evolución hacia un proyecto inclusivo de nación.
Los cubanos tenemos detrás a esa figura mayor del siglo XIX hispanoamericano, interpretada de modo tan arbitrario, visceral diría yo, por sectores de ambos bandos. José Martí nos legó un pensamiento aglutinador, profundamente humano, que en su trascendencia equivale a la entrega de un encargo que aún no cumplimos: crear una nación  “Con todos y para el bien de todos.”
Bajo la carga de esa responsabilidad transitamos todo el XX. Y la obligación se hizo mayor en la gama de las sucesivas generaciones. Pese a su proyecto original, el proceso revolucionario de vocación integradora iniciado en 1959, se constituyó más tarde en una lamentable exclusión de voces discrepantes, lo cual dio lugar a una radicalización que en nada contribuyó al acercamiento entre los nacionales de cualquier orilla.
Hoy sabemos que la profusión de consignas que daban a elegir entre el blanco y el negro fue parte de ello, en el afán de trasladar a la percepción individual de cada ciudadano la angustia que implica elegir entre el país donde has nacido y el territorio enemigo, sin matices atenuantes, sin paliativos, sin consuelo. El éxodo de las últimas tres décadas ha sido el más amargo de todos, pues sus integrantes no fueron otros que trabajadores, profesionales, jóvenes mujeres y hombres, que buscaron una salida al cerco de sus vidas.  
Y no sólo el de aspiración económica.     
 
Por lo que pueda suceder en el futuro inmediato y mediato, incluso en el más lejano, es correcto definir en esta hora que el único gestor en lo que corresponde a la isla, de lo que está sucediendo entre Cuba y los Estados Unidos es Raúl Castro. Un hombre sin carisma, cuyo timbre de voz no es agradable, elaboró la estrategia, utilizó la posibilidad de diálogo que se abría para colocar a nuestra pequeña isla en este punto de arranque, en el cual va ser necesaria toda la inteligencia del país, toda su audacia, mucha capacidad para enfrentar los riesgos, una inmensa voluntad de reconciliación, a fin de dar continuidad a la propuesta de este personaje práctico, que parece un hombre común, no se cree un dios, tiene menor estatura que su hermano y hoy dejó de estar a su sombra, bajo su dominio.
Ojalá no se impongan esos conservadores, sólo preocupados por sus propias fincas, su protagonismo de barrio, sus posiciones, sus prebendas, temerosos de perder lo adquirido con el esfuerzo de tanta sumisión; algunos de los cuales viajaron a Washington, con boleto incluido en la nómina del fidelismo  más doctrinario.     

 

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