miércoles, 24 de julio de 2019

Metáfora





…entre persona y persona hay hilitos de araña
que llegan a convertirse en alambres
y más aún en barras de acero.
Cuando las separa la muerte
nos queda una herida con sangre
en el sitio de cada hilo.
(F.G. Lorca, 1931)


Hablaba con las aves. Quienes la conocimos tenemos no pocas escenas de su comunicación con los pájaros, en especial con los colibríes y esos loros aguerridos que habitan la isla canaria de Tenerife, donde vivió largos años. Una vez nos acercamos al más malhumorado del grupo: “Cuidado, ataca a todo el que se le arrima”, nos avisó el dueño. Ella lo miró de frente y el animal se aquietó, dio un tímido paso lateral de acercamiento sobre la barra donde se posaba y luego otros más; ella comenzó a hablarle en tono bajo mientras se aproximaba; él se relajó y para cuando ella le tendió el brazo, ya él estaba en posición de subirse y ofrecernos la escena que ahora puedo retomar para encontrarme con esa mujer que se nos hizo imprescindible, porque estuvo siempre en el lugar y momento que la necesitamos, con el brazo tendido para que nos subiéramos a su soporte, nos apoyáramos y fortaleciéramos hasta ser capaces de emprender de nuevo el vuelo. 
 
La anécdota con el loro se convierte así en una metáfora de la persona que era. Alguien a quien había que entender pues su ternura no estaba a flor de piel, no era “enmielada” como dirían en México, una “melcocha” como decimos los cubanos. No usaba su generosidad para conquistar a nadie. Pero el ofrecimiento de su amistad venía acompañado del mejor de los entendimientos, el que practicó con las aves y no necesitaba de palabras ni explicaciones, y cuando había que aconsejar decía lo que ella sabía que éramos capaces de comprender en el instante de la obnubilación. Entonces se convertía en la vigilante cercana, para hacernos sentir que estaba ahí, a la mano para entrar a la escena del conflicto si fuera necesario.
Aquel día en que nos encontramos con el loro insurrecto en un paseo por el centro más populoso de Tenerife, los parroquianos que contemplaron la escena creyeron que era un espectáculo acordado entre el dueño del ave y ella. No hubo manera de convencerlos, ni siquiera lo hizo la sorpresa que reflejó el rostro del hombre. Los demás conocíamos de ese don con las aves. Palomas, canarios y gorriones, colibríes, se le acercaban en medio del grupo, como si la conocieran de tiempo atrás.
Hoy, en medio de mi duelo, entro a su poemario “De una calle a otra”, para buscar un poco de consuelo en este epigrama: 


ATARDECER
Deja
que me reconozca en el canto de la alondra
cuando empina su vuelo en una ciega luz
entre los pinos.


No voy a decirte, el consabido “Descansa en paz Vivian Llanes”.


No. Porque lo que deseo es que te unas de inmediato a ese vuelo con las alondras, los colibríes y las palomas, para que cada vez que sintamos cerca el aleteo de un ave, sepamos que eres tu quien viene a saludarnos, a acompañarnos, a decirnos que sigues aquí, como siempre, para nosotros.

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lunes, 2 de julio de 2018

Dos apuntes del día siguiente




Elijo dos afirmaciones de López Obrador en la noche de ayer que, en mi opinión, trascienden las épocas y el propio territorio nacional: el combate a la corrupción como su principal batalla; la negación a implantar una dictadura, abierta u oculta.
La corrupción es el eje transversal del ejercicio de gobierno en este país, un mal que afecta a lo político, lo administrativo y comercial, lo militar y policial, y alcanza la vida cotidiana de sus ciudadanos. Y lo es desde hace décadas. La corrupción implica la costumbre del engaño, la mentira, la hipocresía, ingredientes esenciales de la deshonestidad. La corrupción afecta el erario de los ciudadanos y es ella quien sostiene al crimen organizado, que sin los favores de los corruptos quedaría acorralado, desvinculado de la vida civil y sin apoyo de los mandos locales y verticales de gobierno, a expensas del acoso de una justicia desprovista de corrupción, claro.
Lo sabe Andrés Manuel: la corrupción, al grado en que se registra en México, impediría llevar a cabo con éxito el proyecto de justicia social que es la razón de ser de su movimiento. Abatirla, o al menos reducirla al mínimo posible, asediarla con constancia, haría viable la iniciación de ese proyecto durante el sexenio que se avecina.
El candidato favorecido, en el inicio de su primera intervención tras los resultados preliminares de la elección, decidió dar tranquilidad a los más inquietos, al afirmar en tono categórico que no se convertirá en un dictador. Decirlo a priori, es establecer una ruptura con esa izquierda en el poder que luego de prometer inclusión hizo todo lo contrario; al ser incapaz de escuchar a los no coincidentes con sus criterios eligió la vía de la censura y la descalificación, lo que la llevó a un lamentable aislamiento, de dramáticas consecuencias para sus pueblos.
La afirmación de Obrador se vincula así mismo con esa tradición de caudillismo que en nuestra América ha arruinado los mayores propósitos. Porque el caudillismo conduce directamente a la desconfianza en el ejercicio de los demás, especialmente las jóvenes generaciones, algo que alimenta ese desmedido afán por perpetuarse en el poder. Sobran ejemplos.
Es alentador, intuir que AMLO se alinea con proyectos menos escandalosos, pero tan eficaces como el de Uruguay. Aunque con la ventaja de ser un país pequeño, hay allí una cantera de logros sociales a imitar.
López recogió la ira popular creciente desde 20 años atrás y la hizo su patrimonio. Pero la ira es un elemento riesgoso y su utilidad deberá ser siempre transitoria. Una vez en el poder, la furia y el resentimiento deberán transformarse en voluntad de participación, en la creatividad necesaria a la fundación de un país distinto, en el cual la energía se dedique a encontrar las afinidades para abatir los males que lo lastran.
Hace muchos años asistí al nacimiento de una revolución armada a la que me uní con todo el entusiasmo y la fe de la juventud. La vida me da hoy la oportunidad de ser testigo de otra pacífica. En ese sentido soy una privilegiada. Aún me queda una reserva de entusiasmo. También un resquicio de fe. Son las humildes herramientas con las que me uno a esta nueva posibilidad para México y América.   

domingo, 13 de mayo de 2018

Margaret Randall


Más allá de su pertenencia a la generación beat, Margaret Randall ha sido, es hasta los días actuales, una activista social, feminista, fotógrafa y autora de una extensa obra que incluye poesía, ensayo, investigación testimonial y varias importantes antologías.
Cuando le comuniqué mi intención de escribir sobre ella en este espacio, me envió la foto que hoy lo preside, realizada por su hija Ximena. Esa es Margaret, la de siempre. En su gesto leo la memoria emocional que compartimos. Gracias a ambas por el regalo de esta imagen. A ti, Meg, por tu presencia entre nosotros.
 


La memoria es selectiva, lo sabemos. Y es ella la que me trae ahora la imagen de esa última vez que vi a Margaret Randall en La Habana; fue en su casa, un departamento en el noveno piso de un edificio en la calle Línea, en el Vedado. Corría el mes de mayo de 1980. No recuerdo el motivo de mi visita, ni siquiera quién me acompañaba, pero lo que no olvidé fue lo que me dijo aquella tarde:
--Minerva, no me invitaron a la celebración del veinte aniversario de la Casa de las Américas. Por primera vez fui excluida de uno de sus eventos. Y lo único que se me ocurrió hacer es escribir lo mejor que pienso sobre lo que ha sido Casa para nosotros en este continente. Lo envié al periódico Juventud Rebelde.
Margaret no es mujer de lágrima fácil. Tampoco lloró ese día. Pero la imagen de su tristeza se grabó en mi recuerdo junto a la serena respuesta a los embates que sufría, no sólo aquel procedente de Casa. Inexplicables para ella, como suelen ser.
Era el nefasto 1980, los mítines de repudio se instauraban como una institución emergente, agresiva, durable en la posteridad, que arrojaba los resultados más amargos de la década del setenta, oscura como ninguna otra, en la que se explican muchas de las causas de los conflictos posteriores en el devenir de la Revolución cubana. 
Algún tiempo después de mi visita, supe que se había marchado a Nicaragua. La perdí de vista por años, hasta que a comienzos de los noventa nos reencontramos en México. Aunque de modo esporádico, no hemos perdido el contacto. Ella sigue el curso de la poesía cubana, a partir de aquella primera antología bilingüe que hizo honor a su título, Breaking the silences, al incluir a 25 mujeres del siglo XX, desde Dulce María Loynaz a Chely Lima. Conjunto no reunido hasta entonces en las editoriales de la isla y mucho menos en las revistas literarias del momento, que presidían las voces masculinas.  
En esto Margaret fue precursora. Su antología rompió la omisión interna y el silencio exterior. Fue publicada en 1982 en Canada por Pulp Press Book Publishers y se convirtió en única; en consecuencia, funcionó como punto de partida para las épocas sucesivas, cuando varios autores se animaron a registrar la obra poética de las mujeres cubanas de varias generaciones.    
En 2016, Margaret abrió su lente con otra antología de poesía cubana que incluyó a 56 autores de ambos géneros: Solo el camino. La dedicatoria, además de recordar a Bladimir Zamora (1952-2016), habla por sí sola: FOR THE POETS OF CUBA, wherever in the world they live.




Este abril de 2018 Margaret volvió a México, donde ofreció varios conversatorios y charlas y se presentó en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con 12 poetas. Antología de nuevos poetas estadunidenses y El rizoma como un campo de huesos rotos, un recorrido que la editora María Vázquez calificó como “un brillante botón de muestra en la exuberante obra poética de Margaret”.
Al final de la visita apareció en El Bodegón de San Jerónimo, junto a su hija Ximena Mondragón, quien cocinó tres platillos de los incluidos en su libro Hunger’s Table, en el que los poemas son recetas y las recetas poemas. Fue un escenario relajado y cálido, muy adecuado para leer una selección del poemario.
Conozco la importancia que tiene México en la vida de Margaret. Y también infiero lo que significa Cuba, aunque nunca se lo pregunté. Sólo ahora, que la isla la vuelve a recibir cada año, incluso con el reconocimiento que merece, indago:

--¿Por qué otra vez Cuba, Margaret? ¿Qué lazo afectivo, emocional, tan fuerte te une a mi país?
--No tanto "otra vez" sino siempre. Cuba vive en mí. Viví allí once años (1969-1980). Aprendí muchísimo. La Revolución recibió a mis cuatro hijos cuando tuvimos que huir de México después de los sucesos de 1968. Ellos se educaron allí. Y, como los cubanos de la época, experimenté las maravillas de la Revolución así como sus equívocos y pobrezas.
Sufrí, sí, pero nunca concebí ese profundo proyecto de cambio social como una obra de magia sino como una obra hecha por hombres y mujeres—algunos brillantes y otros mediocres, malintencionados. Tu mencionas ese momento amargo en el que lamentaba que Casa de las Américas no me había invitado a su XX aniversario. No dudo que fue como dices, aunque yo lo he borrado de mi memoria, pues siempre pensé en Casa como una isla de libertad, y de hecho—y quizás principalmente por Haydée—la ha sido.
Y en años recientes Casa me ha mostrado nuevamente su cariño. Me invitó a participar como jurado de su concurso literario en el 2011, tal como me había invitado en el 1970. En Casa presentamos Only the Road / Solo el camino, la antología de ocho décadas de poesía cubana que Duke University Press me publicó en 2016. Y en 2017 se celebró en Casa mi cumpleaños número ochenta con enorme alegría y cariño. Precisamente en esa última celebración Arturo Arango y Alex Fleites hablaron acerca de las bofetadas que sufrí, que muchos sufrieron, en los años setenta. Revelaron cosas que ni yo conocía: por ejemplo, como siendo jóvenes que frecuentaban mi casa entonces, la Juventud [Unión de Jóvenes Comunistas] les había aconsejado no acercarse a mí. Sin embargo, ellos seguían visitándome, y así logramos amistades que han durado casi medio siglo. En esa historia se ve que no todos siguieron un camino cobarde, sino que algunos buscaron una libertad que en la época fue difícil. No se pueden borrar las injusticias de antaño, pero yo agradezco a la Revolución su capacidad de corregir, de rectificar. Y a los individuos—verdaderos revolucionarios desde mi punto de vista—que se arriesgaron y siguen arriesgándose con su actitud crítica y tratando de cambiar las cosas desde adentro.

--A grandes rasgos, ¿qué pasó en tu vida entre una antología y otra, de 1980 a 2016?

Muchas cosas, muchas. Y mucho hice yo también. Después de confrontar los problemas que tuve en Cuba, fui a vivir en la Nicaragua de los sandinistas, hasta 1984. Volví a Estados Unidos y tuve que luchar por quedarme en mi propio país de orígen, pues el gobierno de Reagan trató de deportarme por las opiniones contrarias a su política que aparecieron en algunos de mis libros. Esa batalla legal duró casi cinco años; finalmente la gané en 1989.
Me descubrí lesbiana: otro cambio grande en mi vida. Esa realización condujo a la maravillosa relación que tengo con mi esposa, la pintora Barbara Byers; ya tenemos más de 31 años juntas. Mis hijos crecieron y asumieron sus propias vidas. Aparte de Sarah y Ximena, que viven en México, mi hijo Gregory vive en el Uruguay y mi hija Ana en Brooklyn. Después llegaron los nietos—tengo diez—y más recientamente dos bisnietos.
En estos años que van desde una antologia a otra, escribí también muchos libros. Y traduje otros. Y claro, no se puede dejar de mencionar los cambios en el mundo: en mi país, en Cuba, en México, en todas partes. Nos amenaza un neo-fascismo que no podríamos haber imaginado cuando nos conocimos en Cuba en el siglo pasado. Eso nos exige nuevas ideas, estrategias, luchas. Con 81 años no tengo la energía que tuve entonces. Pero sí me parece que tengo otros dones: tal vez una capacidad de análisis que no tenía en mi juventud. Y quizás una tolerancia mayor, aunque no para los verdaderos criminales.

Gracias, Minerva, por invitarme a este espacio tan especial.

lunes, 16 de abril de 2018

Marzo en New York


Cada vez escribo menos en el blog, pero cuando lo hago se mantiene la vocación de siempre por este espacio como depositario de lo que pienso y siento sobre algunos de  los temas que me inquietan. Sin embargo, no lo uso como promoción de mi poesía, pues no fue para eso que lo abrí. Hoy inserto aquí mi más reciente poema, escrito tras una visita de fin de semana a New York, en marzo pasado. Un viaje de aniversario que más que eso fue el reencuentro con las amistades entrañables de allá. Al regreso inicié la gestión para la extensión de mi visa por diez  años, que se venció el 9 de abril  y, para mi sorpresa, el trámite no se viabilizó de inmediato. Estoy al inicio de un camino que presiento pedregoso, al final del cual no sé si tendré la oportunidad de visitar de nuevo las ciudades que me gustan, New York y San Francisco, y ver de nuevo allí a las amigas(os), entrar a los museos, caminar por sus calles, detenerme en los puentes y sentarme en los sitios que me traen recuerdos.
Por eso decidí insertar este poema hoy aquí. Cuando lo escribí no imaginaba la posibilidad de que podría convertirse en un texto de despedida de esas ciudades. Desde luego que hay otros lugares, también amados, adonde iré, pero el alma de los sitios la guardan los afectos que en ellos tenemos. Hay una dedicatoria personal en este poema, a la que añado hoy la ciudad, sus recintos, la gente que la habita.   

DÍAS EXTRAÑOS
A Manny, a Margarita, a Juana, a Jacquie. Siempre a Connie y Stacy.

Son los días extraños.
Hay un poeta triste en esta urbe
(siempre lo hay     como en la red de peces)
hay un viento que cruza la ciudad
el rostro helado frente a dos mujeres
hay un segundo en medio del asombro
             I don´t believe
se dice y no lo creen.
Un instante pasó mientras vivíamos.
El tiempo es un relámpago y ocurre
de ciudad en ciudad
                     como estas rachas que cortan las esquinas.
Los encuentros son parte de su luz:
el amor frente a todo
                          las amigas
el poeta deambula en la ciudad
su lugar está aquí frente al embate
palabras            desajustes        hermandades
                          frío y calor          
                     la tarde que aparece
sin saber que es la vida en varios tonos.

El dedal de mi madre me sorprende
                  cual una aparición.
Todo sucede aquí como señal.
Son los días extraños de New York.  

CDMX, 6 de marzo 2018



viernes, 4 de agosto de 2017

Adiós mi Habana

Es posible que el lector menos enterado perciba este libro como una denuncia, sin más. Aunque lo deseable sería que lo tomara como una contribución a la necesaria recuperación de la memoria integral de la Revolución cubana, en la que están enfrascados algunos miembros de la generación que se hizo adulta a partir de 1959.
Porque la memoria homofóbica de la Revolución cubana forma parte, como es sabido, de la historia de la gestación del proceso revolucionario, antes y después de 1959, de su ideología y del pensamiento de su líder. Una memoria amarga en varios sentidos. Una amargura que incluye la decepción, con todas sus implicaciones humanas. Una implicación que no es más que el testimonio de quienes cumplían alrededor de 15 años en esa fecha y se entregaron a los designios del liderazgo revolucionario con la credulidad con que se someten los fieles a ciegas: justificando errores, explicándolos y ocultándolos, hasta que la evidencia del deterioro de aquel credo se hizo inexcusable. Sólo los miembros de esas generaciones, hoy mayores, conocen el proceso doloroso que significó ver como aquel proyecto de justicia social se convertía en una tiranía, una dictadura más entre las que pueblan este mundo, con semejante cuota de intolerancia y supresión de libertades.
Lo que Anna Veltfort cuenta aquí es un tormentoso pasaje autobiográfico, en el cual los protagonistas más nefastos exhiben una villanía absurda en un sistema que proclamaba el humanismo por encima de cualquier diferencia. Desde entonces comenzó a saberse que las filas de los admitidos por la doctrina oficial se hacían cada vez más estrechas y de ellas eran expulsados muchos de los que la apoyaron con convicción. El afán de pureza que caracteriza a los regímenes totalitarios más representativos permeó el discurso instituido y las acciones subsiguientes. Para ser revolucionario había que ser puro, lo cual abarcaba desde el vestuario indicado –no melenas, no “extravagancia”-- hasta la preferencia sexual, pasando por el gusto hacia una música “pulcra” y unas lecturas despojadas de la contaminación que prodigaban los escritores capitalistas. Así las cosas, se desató la persecución en las calles, en las escuelas y dentro de las casas, donde los criterios diferentes podían dividir a las familias.

Anna Veltfort vivió esta atmosfera en La Habana cuando su padrastro, comunista norteamericano, llevó a la familia a vivir a Cuba. Cursó el bachillerato en el preuniversitario del barrio de El Vedado y más tarde ingresó a la Facultad de Letras y Artes de la Universidad de La Habana, con sede en el emblemático edificio de Zapata y G, donde también estudiaban los alumnos de la entonces incipiente carrera de Periodismo. Ahí nos conocimos. Ahí trascendió Connie, el sobrenombre que la identifica hasta hoy.
La historia posterior habrá que leerla en Adiós mi Habana, publicada en Madrid, por la editorial Verbum y posible de adquirir en versión digital a través de Ebook y Amazon. Tras terminar sus estudios Connie se hizo dibujante y años después, ya en New York, ha sido capaz de ilustrar esa experiencia para ofrecerla en el formato de historieta, como una narración novelada que enaltece al género y añade a la trayectoria del relato las imágenes de los personajes, bajo el dictado de la memoria real y la fina plumilla de su arte. Para que no se olvide.
El trayecto de procesamiento y rescate no fue nada fácil, como suele ocurrir con los trozos más trascendentes de la existencia. La autora se entrenó por años con su blog El archivo de Connie, que hoy es fuente esencial de consulta para todo aquel interesado en las décadas iniciales de la Revolución cubana. La labor de depositar en ese sitio documentos, testimonios, literatura, obra plástica, fotografía y música de esa época, procedente de sus propios archivos y los de sus colaboradores, ha producido un acervo que atrae la atención de investigadores y lectores.     
Tras el recorrido por este libro, diseñado con gusto y eficacia, queda claro que el vituperio y la humillación, no pudieron con el amor por Cuba, por La Habana, el país que hasta hoy sigue latiendo en ella. Y hay que reconocer la madurez de Connie para separar ese vínculo íntimo con la isla, de las nefastas acciones que padeció, cuando otros más adultos no lo lograron. El título de esta obra se explica por sí solo: Connie fue arrancada del país que amaba como suyo y aun así supo conservarlo intocado dentro de sí, cultivarlo a través de los afectos que allí dejó, preservar los momentos más felices que vivió en la isla, resguardar el amor condenado para poder seguir amando. 
Porque la proeza de la Revolución convivió con las propuestas de la censura, las prohibiciones, la condena. La primera transcurría en las calles, a la luz del sol, en la voz colectiva de las consignas, la música de las congas que ponía ritmo al tumulto de la protesta contra la agresión externa y el discurso ardoroso del jefe. La segunda, se padecía en las noches, oculta en las casas, bajo la protección de los amigos. Esa también fue una hazaña, acogida por la música ajena, clandestina, que traía los ritmos de moda en lengua inglesa. Era una gesta que se defendió con el mismo tesón con que se respaldaba aquel proyecto de justicia social, considerado entonces el más importante del siglo XX latinoamericano. Hoy lo sabemos, fue la valentía de luchar contra viento y marea por el derecho a la vida personal, que aquel propósito reivindicador de las masas se esforzó por suprimir.
La Revolución cubana nos puso en una disyuntiva que muchos no pudieron superar, quebrantados por las presiones para elegir. Como si se pudiera elegir entre lo que eres como persona única y lo que piensas que es la justicia social, como si hubiera que elegir para hacerse perdonar por lo que eres. El mismo dogma de siempre. La culpa y el perdón como herramientas en el ejercicio del poder sobre los demás. La lucha entre el ser y el cómo deber ser que nos dicta el totalitarismo.
Sólo por ello, toda una generación de cubanos afectados por la persecución y el escarnio deberían recibir una disculpa. Porque no es suficiente el simple borrón y cuenta nueva. Una sencilla disculpa contribuiría a creer en la autenticidad de las acciones actuales. Y, desde luego, despojaría a sus promotores de la arrogancia y la infalibilidad heredada de los antecesores. Algo que hace mucha falta.     

Anna Veltfort da un gran paso con Adiós mí Habana. Gracias Connie por este tributo a la memoria, por recuperar el pasado y, sobre todo, por saltar sobre el dolor para reconocerlo. Gracias por la lección ejemplar de tu valentía.  
   
  

jueves, 11 de mayo de 2017

Eugenia León: el lazo de una voz

Eugenia León cantará en La Habana este próximo 27 de mayo en el V Encuentro de Voces Populares, que preside Argelia Fragoso. Una  velada emotiva, trascendente para quienes no la ven hace tiempo en los escenarios cubanos. A propósito de ello, escribí el texto que sigue.  



Eugenia León llegó por primera vez a Cuba en 1978 para asistir al Festival de la Juventud y los Estudiantes, cuya oncena edición se celebró en la isla en julio de  aquel año. Durante diez días La Habana fue una  canción y la portadora de esa canción fue Argelia Fragoso. La joven mexicana estaba allí cuando la cubana salió a escena vestida de blanco; vivió el silencio de la multitud que la escuchaba, la ovación posterior y el minuto en que aquella melodía se convirtió en el emblema sonoro del Festival. Nunca olvidó esa canción ni dejó de recordar a su intérprete. 
Después pasó el tiempo.
Hoy, el acento de la sexta edición del Encuentro de Voces Populares, que preside Argelia,  lo pone Eugenia León y la promesa de esta cita augura una jornada memorable en la que intervendrán la gama de sus voces y, más allá de ello, la emoción de una coincidencia que se inició hace cuatro décadas.
Desde entonces se vieron varias veces, las suficientes para conocer el curso de la  carrera de cada quien. Ambas se convirtieron en grandes artistas, reconocidas en sus países respectivos y en los escenarios internacionales donde se presentaron.
Eugenia cultivó un amplio repertorio que cubre lo nacional y lo latinoamericano y alcanza la expresión más universal de nuestros pueblos. Su registro vocal le permite interpretar tangos y rancheras, huapangos y sones, con la misma excelencia con que se apropia de  su género más emotivo: el bolero, la canción tradicional en la que ha impuesto su estilo y en cuyo territorio se encuentra con Argelia.
A partir de aquel grupo que la acompañó a Cuba en 1978, el Víctor Jara, dedicado a la música folclórica latinoamericana, Eugenia inició una carrera que la proyectó como solista en 1982 con un repertorio esencialmente integrado por boleros de autores mexicanos contemporáneos suyos y ritmos brasileños.

En 1983 apareció su disco Así te quiero, el primero de los más de 25 álbumes que hoy exhibe, y dos años después ganó el prestigioso Festival OTI en Sevilla, España, con el tema El fandango aquí, de Marcial Alejandro, distinción que la lanzó a la fama internacional.

Ese primer lugar en el OTI ocurrió el 18 de septiembre de 1985, un día antes del terremoto que asoló la capital de México. El hecho trajo una nube de duelo a la satisfacción por el premio recibido y da origen a una reflexión que coloca la trayectoria de Eugenia León como parte de esa dualidad atribuida a México, que se expresa entre la tragedia y la celebración. Existe la certeza de que ella, tal vez como ninguna otra figura viva del espectáculo en su país, encarna la identidad de su pueblo. Su expresión artística tiene que ver con esto. Mexicana hasta los tuétanos no es ajena a los padecimientos de los suyos y, por ello su voz se eleva en los escenarios del mundo con el mismo fervor conque la ofrece al Himno Nacional en la tribuna popular más alta de la nación: el zócalo capitalino, su Plaza de la Constitución. Los espectadores vibran cuando la escuchan y en el momento en que lo hacen sienten que Eugenia León es la voz de México.  


La voz que llega a Cuba como un privilegio, para confirmar los vínculos que nos unen de una geografía a otra en el repertorio común y refrendar un lazo de amistad que nació hace décadas. 

lunes, 20 de julio de 2015

Llegó el día


 
De algún modo todos lo sabíamos, algunos lo sospechaban, muchos lo presintieron, otros se lo negaron. La historia transcurre en periodos, que no por estar encadenados dejan de ser diferentes: primera guerra, entre guerras, segunda guerra, nazi-fascismo, estalinismo, franquismo, etc., etc.
Hoy, se izó de nuevo la bandera cubana en Washington, frente a una sede diplomática que es la primera desde aquel 3 de enero de 1961, hace 54 años.
El fin del fidelismo doctrinario acaba de dar un paso en firme.
El nombre de “regularización”  da título a un proceso que si bien, como se ha dicho, implica una larga caminata llena de obstáculos a vencer, significa ese periodo mediador en el cual se sembrarán las semillas de una democracia a la cubana, que aún no sabemos a ciencia cierta cómo se va a elaborar. Hay una parte pragmática en ese tránsito, que depende del forcejeo que trae cualquier ajuste entre opuestos. En nuestro caso, con el añadido de esos adversarios que no han sido consultados  para la toma de decisiones de ambos gobiernos y que van a dar su lata en tanto no se les tenga en cuenta.
La deliberación ha sido totalmente gubernamental y detrás el coro de voces, en protesta y en apoyo. Estas últimas procedentes de la isla, en su mayoría, al interior de la cual  creo saber que ya están hartos de tanta pelea. Una vez que los acuerdos fueron un hecho, los que viven en Cuba “desmayaron” el seguimiento de la información sobre el tema --que como han aprendido, siempre es parcial y sólo destaca lo conveniente a la circunstancia-- y se dedicaron a esperar la trasmisión de los Juegos Panamericanos, proyecto más edificante a su cotidianidad.
Por razones de cumpleaños, esta semana hice tres llamadas a La Habana, de  quince o veinte minutos cada una. Tras la felicitación correspondiente, los receptores y yo repasamos los temas de interés: familia, proyectos personales, viajes próximos, algún chisme de la cofradía.
El tema de las relaciones Cuba-USA estuvo ausente. No se nos ocurrió emplear un minuto de esa costosa tarifa telefónica que impera sobre la isla, para intercambiar una sola frase, insinuación y/u opinión sobre el inminente izaje de nuestra bandera en un edificio de Washington.
La gente de a pie en Cuba está en otras cosas y como no acostumbra a tomar decisiones sobre los giros trascendentales que da el país en la economía, la sociedad y la política, hace tiempo conduce su energía hacia lo que realmente es su problema: la vida cotidiana. El clima observado en la isla es muy favorecedor respecto al acercamiento con Estados Unidos, pero hasta ahí. Lo demás, es asunto de ellos, los dirigentes. 
Lo que acabo de decir es para mí medular en el próximo futuro de Cuba, pues creo que entre las cuestiones a recuperar tiene prioridad la capacidad de pensar del cubano, sin exaltaciones, sin gritos, sin agresiones, sin consignas manidas, sin rencores.
De España hemos heredado y practicado la vocación discutidora, “metementodo”, que pone la opinión por encima del dato. En los últimos tiempos, yo diría que en las últimas décadas, el desfogue de esa condición se encaminó de manera muy hábil hacia el deporte y la rivalidad de colores encauzó la pasión que antes se dedicaba a otros temas. La sustracción de la información hizo precaria la noticia y los aburridos receptores adoptaron la costumbre de sintonizar los noticieros, y aún las tediosas mesas redondas, como sonido a fondo de las verdaderas conversaciones. Tanto como la compra de los escasos periódicos en circulación se hizo imprescindible como papel para envolver la basura del día.
Hoy más que antes, es necesario interesarse por lo que ocurre en el país, en su circunstancia, en el mundo. Porque son los cubanos de la isla los portadores de la información que ha de trasmitir lo que han vivido y sobre cuya base se elaborarán los nuevos designios. Ellos serán los primeros en participar en esos aún distantes  procesos en los que habrán de competir contendientes con programas diversos. Ellos tendrán que examinar con buen criterio varias propuestas antes de seleccionar la suya. Y admitirán que si bien es  verdad que la historia transcurre por periodos, también lo es que esos periodos dejan huellas. Tanto si son rupturas abruptas como deslizamientos encadenados, los vestigios siguen ahí para confirmar la diversidad del pensamiento humano. El peronismo no terminó con la muerte de Perón y de Eva; el franquismo  continúa presente en las filas de los partidos que debaten la España de hoy; el comunismo polaco, por sólo mencionar un ejemplo del otrora campo socialista, es un contrincante activo en el parlamento actual de ese país. Las tendencias nazifascistas son una desgracia aún vigente en Europa, y no sólo allí.
Que nadie crea que con una goma de borrar se suprimen las huellas de un periodo.
Lo que si puede y debe pasar es que los sucedidos en esa etapa sirvan de base para reformarla, superarla, transformarla, impulsar su evolución hacia un proyecto inclusivo de nación.
Los cubanos tenemos detrás a esa figura mayor del siglo XIX hispanoamericano, interpretada de modo tan arbitrario, visceral diría yo, por sectores de ambos bandos. José Martí nos legó un pensamiento aglutinador, profundamente humano, que en su trascendencia equivale a la entrega de un encargo que aún no cumplimos: crear una nación  “Con todos y para el bien de todos.”
Bajo la carga de esa responsabilidad transitamos todo el XX. Y la obligación se hizo mayor en la gama de las sucesivas generaciones. Pese a su proyecto original, el proceso revolucionario de vocación integradora iniciado en 1959, se constituyó más tarde en una lamentable exclusión de voces discrepantes, lo cual dio lugar a una radicalización que en nada contribuyó al acercamiento entre los nacionales de cualquier orilla.
Hoy sabemos que la profusión de consignas que daban a elegir entre el blanco y el negro fue parte de ello, en el afán de trasladar a la percepción individual de cada ciudadano la angustia que implica elegir entre el país donde has nacido y el territorio enemigo, sin matices atenuantes, sin paliativos, sin consuelo. El éxodo de las últimas tres décadas ha sido el más amargo de todos, pues sus integrantes no fueron otros que trabajadores, profesionales, jóvenes mujeres y hombres, que buscaron una salida al cerco de sus vidas.  
Y no sólo el de aspiración económica.     
 
Por lo que pueda suceder en el futuro inmediato y mediato, incluso en el más lejano, es correcto definir en esta hora que el único gestor en lo que corresponde a la isla, de lo que está sucediendo entre Cuba y los Estados Unidos es Raúl Castro. Un hombre sin carisma, cuyo timbre de voz no es agradable, elaboró la estrategia, utilizó la posibilidad de diálogo que se abría para colocar a nuestra pequeña isla en este punto de arranque, en el cual va ser necesaria toda la inteligencia del país, toda su audacia, mucha capacidad para enfrentar los riesgos, una inmensa voluntad de reconciliación, a fin de dar continuidad a la propuesta de este personaje práctico, que parece un hombre común, no se cree un dios, tiene menor estatura que su hermano y hoy dejó de estar a su sombra, bajo su dominio.
Ojalá no se impongan esos conservadores, sólo preocupados por sus propias fincas, su protagonismo de barrio, sus posiciones, sus prebendas, temerosos de perder lo adquirido con el esfuerzo de tanta sumisión; algunos de los cuales viajaron a Washington, con boleto incluido en la nómina del fidelismo  más doctrinario.     

 

martes, 14 de abril de 2015

Yo, revisionista


 Soy revisionista. Me adscribo sin miedos a un término tan desprestigiado durante el proceso de la Revolución rusa. Y me asumo en este siglo como tal porque la trayectoria del XX demostró a mis ojos que aquel que no revisa, olvida.
Revisar para mí es estudiar la historia pasada, examinar las doctrinas y observar los resultados de su aplicación en la sociedad presente, con el interés de encontrar zonas que aún puedan ser abolidas o reparadas. Eso me haría también una reformista, aunque pienso que revisar no es siempre proponer. Revisar es retomar para alertar, conseguir aislar los elementos que, en su cualidad de conquistas sociales, deberían tener continuidad en el mundo actual; pero sobre todo, es identificar los desatinos, los errores, las  ausencias, para condenarlos, enmendarlos, suprimirlos. Sustituirlos por mejores opciones, que puedan sumarse al completamiento de un proyecto de nación participativo y eficiente; inclusivo, respetuoso, abarcador, fraterno, finalmente humano.

Sin revisar, eso es imposible. Pues lo contrario es dar el manotazo supresor de todo lo anterior, lo que a menudo conduce sólo a la adscripción de otra doctrina única, portadora de cortapisas y límites semejantes. Y diría un columnista del patio: Ya estamos hartos de lo mismo.
Para asumir ese proyecto es necesario que se imponga la creatividad por encima de los ánimos exasperados, en un momento en que éstos podrían conducir a enemistades que sólo dañarían al necesario proyecto reivindicativo de derechos y libertades expresivas. Un alto en el camino de las enemistades, al menos eso, significaría dar mayor espacio a la reflexión y daría balance a esa guerra sin fin iniciada hace 55 años. Si algo hace falta es la cabeza fría, para que no se malogre el momento acrisolado en Panamá, único en cinco décadas. Y hace falta la inteligencia de todos para defender los proyectos con firmeza, pero con sentido de la oportunidad, a partir de estrategias no de gritos insultantes, descalificadores.

Porque aquellos que gritan, ofenden y descalifican debieran saber que estas expresiones ocultan el miedo, como una suerte de barrera auditiva para que no se les note. Y, por desgracia, a menudo ese pánico, no está vinculado a la sospecha de que estarían en riesgo beneficios colectivos o conquistas sociales. Lo más frecuente es que responda a  la certeza de que sus portadores podrían perder posiciones de poder, prebendas, estilos de vida.
Así se han comportado siempre los sectores dominantes, los poderosos de cualquier signo, aquellos que desde los siglos pasados hemos conocido como burgueses y poco se distinguen unos de otros.

Lo que se necesita,  en un momento como éste, es construir argumentos sin consignas, sin adjetivos, capaces de convencer sin agredir. Porque las consignas y los adjetivos son parte de los más negativos resultados que se exhiben hoy. Y hay que remontarlos.       

 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Lezama inédito


Iván Cañas era, entre los fotógrafos de Cuba internacional, el que miraba de frente. Como no permitía que la cámara lo separara de sus personajes, su permanencia en el cuadro estaba asegurada en la mirada de aquellos, que lo fijaban como un convidado imprescindible a la historia que iban a contar.   

Ese es el sello profesional que verán de inmediato en este ensayo único sobre José Lezama Lima, el más universal entre los escritores cubanos de todos los tiempos.

Iván se formó como fotoreportero en un medio gráfico nacional presidido por las imágenes de la prensa oficial, cuya rigidez sugería ya el curso que se iba a imponer en el tratamiento de la información. Su decisión de romper con tal designio lo convirtió en un artista, y a partir de ese ejercicio recorrió el camino que hoy lo trae hasta aquí, tras un largo trayecto en cuyos comienzos se erige El cubano se ofrece, aquel libro de 1969 cuya maqueta original, poblada de cubanos que lo miraron de frente, hoy forma parte de la colección permanente del museo Reina Sofia, en Madrid.

Este fotógrafo que ejerció en la revista Cuba, una publicación emblemática de la época, destacó desde los comienzos como un gran retratista. Eficiente en el  blanco y negro, hizo que los hombres y mujeres que miraban al lente no posaran a la manera usual, porque parte de su técnica fue lograr que trascendiera el nervio, la inquietud, la intención gestual que asoma en el instante inmediato anterior a la acción. A punto  del “flachazo”, Iván pide que lo miren y al hacerlo, capta el desconcierto. Cuando los coloca en fila frente a sí, como ocurre en la serie Los veteranos, algo sucede con la mirada y la contención, algo tan perturbador, como que pone en evidencia la identidad personal de los retratados.

Desde el punto de vista artístico, la fotografía de Iván Cañas demuestra que  posar ante una cámara no siempre proyecta estatismo. Desde lo humano, confirma que mirar de frente no tiene por qué ser un desafío. Es ante todo un acto de comunicación que Raúl Rivero, otro de los nuestros, ha definido así:

No se trata de pasar a toda prisa un instante al papel. Se trata de dar con las claves que componen el relato interior. […Es] la incertidumbre que produce siempre la ilusión de que con una foto se puede alcanzar la inmortalidad.

Esta exposición de Iván Cañas en México, se abre para recordar el setenta aniversario de la revista Orígenes que fundó José Lezama Lima. Una publicación que en sus doce años de existencia (1944-1956) se estableció como un hito editorial en plena mitad del siglo. Señal elevada sobre las demás, en un país donde la vocación por hacer revistas abundó entre los grupos intelectuales a lo largo de todo el siglo XX.

Observen el rostro de este hombre que no gustaba de las cámaras. Como que no le urgía mostrarse más que en sus escritos, como que no demandaba otro espacio que el suyo de la calle Trocadero con acceso al Paseo del Prado. Aquí están sus predios exteriores e interiores. Aquí su placer de fumador de habanos. Aquí el territorio mínimo de su universo mayor.

Los dejo con Ivan Cañas para que cuente cómo se hicieron las fotos en esas dos tardes, ahora memorables, con Lezama.   

NOTA: Imágenes de la exposición en:

http://www.youtube.com/watch?v=94TJbmeXTgI