viernes, 26 de octubre de 2012

Censura (3)


Jarabacoa, Los Dajaos. Banca en la selva dominicana.
Foto: Ena Columbié
El testimonio entre dos aguas

La mayoría de quienes hemos ejercitado el género testimonio pocas veces nos detuvimos a pensar en su trascendencia y a menudo aceptamos, resignados o indiferentes, las colocaciones en segunda fila, que suelen hacer los expertos y muchos que no lo son. Lo mismo sucedió con la fotografia, antes de que ésta entrara a las galerías de arte y, como yo parto de la creencia de que toda escritura que exhibe un alto nivel de conocimiento y creatividad en el lenguaje, y cuya historia convence y/o conmueve, es arte, sin importar el género al que pertenezca, pues me ubico entre los indiferentes que oyen llover y siguen en lo que están.


No obstante en este caso hay que recordar el origen del género a fin de situar a Kapuscinski en el tramo inmediato a la literatura, sin salirse ni un centímetro del más esencial apego al reporterismo.
El género testimonio nace entre dos aguas: los periodistas de investigación y los novelistas. Los primeros, leales a la realidad, finalmente a la verdad, intentan ejercer un punto de vista inclusivo y abren el lente para abarcar los enfoques ajenos. Los segundos, acuden a la imaginación a fin de enriquecer la realidad o recrearla y ejercen el punto de vista personal con total libertad. Estas dos vías se cruzaron hace casi 50 años, cuando las historias reales comenzaron a interpretarse, finalmente recrearse, con las técnicas narrativas y el lenguaje de la novela, para dar lugar a un nuevo género de las letras: la novela testimonial[1].
Así dicho, resulta muy sinóptico, y lo sé, pero el esquema nos sirve para ubicar a Kapuscinski, cuando emprende el camino del periodismo y, tal como lo habría hecho Thomas Wolfe, escribe sus reportajes como si fueran cuentos y en cada despacho que envía desde alguna remota aldea africana, deposita la ilusión de una futura novela[2].
Luego entonces, cuarenta y seis años después del nacimiento de la novela testimonio, jerarquía literaria del género, creo que su nueva dimensión radica en la definición de un lenguaje propio, construido a lo largo de cinco décadas por sus autores, pero también por sus protagonistas, y aún por sus lectores, en virtud de que este género propicia como ningún otro, la retroalimentación con receptores y fuentes, lo que podría acercarlo a lo que más recientemente se conoció como creación colectiva, justamente por la importancia que da a los hechos y a los personajes reales que los sostienen. 
Y es en esta dimensión donde resalta la figura del Kapuscinski más universal, quien cede  la historia a sus personajes, se coloca detrás de ellos como si quisiera pasar inadvertido y a veces en el mayor de los silencios les indica cuándo entrar, dónde sentarse, cómo esperar su turno para hablar.  
Esa nueva dimensión del testimonio a la que me refiero yace en el lenguaje, porque lo novedoso de este género es, entre otros factores, la propuesta de rescatar el habla de los  protagonistas. El género testimonial jerarquiza la importancia de la identidad del habla y  como implica largas entrevistas, extensas sesiones con los testimoniantes, y a veces, como ocurre con Kapuscinski, hasta viajar con ellos, el periodista investigador se permite respirar las formas del habla y conducirlas hacia el texto escrito. En mi personal experiencia, se trata de un ejercicio en el que el escritor se trasmuta en su entrevistado, deja de ser él por el espacio de tiempo que lo tiene ante sí, lo cual lo capacita para involucrarse no sólo en la historia que está contando sino en la comprensión de su forma de comunicarse. Es lo que ha ido produciendo ese traslado de lo oral a lo escrito que hoy exhibe este género, creo que con orgullo.
En consecuencia, al asumir el rescate del habla, el lenguaje testimonial va también por la expresión que le rodea. A Kapuscinski lo leemos traducido, lo cual pone a sus lectores en manos del intérprete; no obstante, se percibe su capacidad para trasmitir junto al habla, el comportamiento de los personajes, su forma de moverse y de mirar. Como era políglota, pudo entrevistar a muchos de sus protagonistas en su propia lengua y al hacerlo, no omitió detallar el ritmo de la expresión oral, los tartamudeos o indecisiones, los gestos de certeza o inseguridad, el signo del énfasis. Todo aquello que refería la elocuencia del lenguaje no verbal formó parte de su interés, y en ese sentido Kapuscinski fue un maestro de la interpretación, algo que nos llega a través de sus descripciones. Me remito al siguiente fragmento de “Sin techo en Harlem.” (Ryszard Kapuscinski:La guerra del fútbol. Editorial Anagrama, Barcelona, 1992, pp.31-32).
En la tribuna aparece Kwame Nkrumah.
Viste un mufti gris, como el que luce su estatua colocada frente a la sede del parlamento. En la mano lleva una varita mágica, recubierta de piel de mono, de las que se cree que ahuyentan toda la ignominia y las fuerzas del mal que acechan al hombre.
La plaza hierve en bullicio; el frufrú de los pañuelos al agitarse se mezcla con el clamor rítmico de la gente:
―¡Yaj-jia! ¡Yaj-jia!― Lo cual significa que están encantados.
Los niños recién nacidos, hasta entonces tranquilamente dormidos sobre la espalda de sus madres, se agitan, inquietos, pero en medio del ruido que llena la plaza no se puede oír su llanto.
Tras de Nkrumah suben a la tribuna, invadida ya por numerosos niños, seis policías tocados con casco de motorista. Dos de ellos se sitúan en sendas esquinas del podio y los cuatro restantes se alinean detrás del sillón del primer ministro. Con las piernas separadas y las manos cruzadas a la espalda, permanecerán así, inmóviles, hasta el final del mitin.  


[1]Cuyo texto inaugural se considera que fue A sangre fría (1967), de Truman Capote, pese a que Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, había aparecido un año antes. Hasta no verte Jesús mío (1969), de Elena Poniatowska, figura también en este trío fundador.
 
[2] En este sentido resulta imprescindible la lectura de El tieso, un relato de Kapuscinski que en su brevedad exhibe todas las características del género: portador de información de interés actual, experiencia personal del autor en convivencia con sus informantes, aplicación de la técnica narrativa y el lenguaje propios de la literatura. 

2 comentarios:

  1. Es increíble hermana como funciona la mente, cuando la ví (la foto de la entrada), lo primero que recordé fue a ti y tu blog. Te digo es increíble, ahora cada vez que veo una me pasa, Tengo otra de Santiago, pero me he cansado de buscarla y no la encuentro.
    Debes seguir escribiendo, tu blog es sumamente importante, en ocasiones didáctico en otras informativo, pero la verdad es un lugar de referencias. Poco a poco porque verdaderamente nos roba tiempo, pero no puedes dejar de hacerlo, y si el problema son las bancas, te voy a bombardear bancas para que nunca pares.

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  2. Querida Minerva, sin duda, tu blog constituye un espacio de reflexión en torno al periodismo y la literatura. Me lo he leído con mucho gusto, pues, entre otros temas, me interesa mucho lo referido al testimonio (género que, como seguramente sabes, practiqué largamente) y todo lo que tiene que ver con con el Polaco Kapuscinski (uno de mis libros preferidos es El Emperador). Pienso que haces toda una labor para quienes están o se inician en trabajos de búsqueda e investigación que pueden terminar en una crónica, un reportaje o una novela. El trabajo de investigación del periodista alimenta en muchas ocasiones al novelista, o, incluso, ha habido novelistas que se han alimentado del trabajo de los periodistas como punto de partida (pienso, por ejemplo, en Madan Bovary) Y no solo por el tema o los personajes, sino también por el lenguaje, como bien tü refieres. Creo que desde este blog ejerces todo un magisterio de ahondamiento e información.

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