domingo, 13 de mayo de 2018

Margaret Randall


Más allá de su pertenencia a la generación beat, Margaret Randall ha sido, es hasta los días actuales, una activista social, feminista, fotógrafa y autora de una extensa obra que incluye poesía, ensayo, investigación testimonial y varias importantes antologías.
Cuando le comuniqué mi intención de escribir sobre ella en este espacio, me envió la foto que hoy lo preside, realizada por su hija Ximena. Esa es Margaret, la de siempre. En su gesto leo la memoria emocional que compartimos. Gracias a ambas por el regalo de esta imagen. A ti, Meg, por tu presencia entre nosotros.
 


La memoria es selectiva, lo sabemos. Y es ella la que me trae ahora la imagen de esa última vez que vi a Margaret Randall en La Habana; fue en su casa, un departamento en el noveno piso de un edificio en la calle Línea, en el Vedado. Corría el mes de mayo de 1980. No recuerdo el motivo de mi visita, ni siquiera quién me acompañaba, pero lo que no olvidé fue lo que me dijo aquella tarde:
--Minerva, no me invitaron a la celebración del veinte aniversario de la Casa de las Américas. Por primera vez fui excluida de uno de sus eventos. Y lo único que se me ocurrió hacer es escribir lo mejor que pienso sobre lo que ha sido Casa para nosotros en este continente. Lo envié al periódico Juventud Rebelde.
Margaret no es mujer de lágrima fácil. Tampoco lloró ese día. Pero la imagen de su tristeza se grabó en mi recuerdo junto a la serena respuesta a los embates que sufría, no sólo aquel procedente de Casa. Inexplicables para ella, como suelen ser.
Era el nefasto 1980, los mítines de repudio se instauraban como una institución emergente, agresiva, durable en la posteridad, que arrojaba los resultados más amargos de la década del setenta, oscura como ninguna otra, en la que se explican muchas de las causas de los conflictos posteriores en el devenir de la Revolución cubana. 
Algún tiempo después de mi visita, supe que se había marchado a Nicaragua. La perdí de vista por años, hasta que a comienzos de los noventa nos reencontramos en México. Aunque de modo esporádico, no hemos perdido el contacto. Ella sigue el curso de la poesía cubana, a partir de aquella primera antología bilingüe que hizo honor a su título, Breaking the silences, al incluir a 25 mujeres del siglo XX, desde Dulce María Loynaz a Chely Lima. Conjunto no reunido hasta entonces en las editoriales de la isla y mucho menos en las revistas literarias del momento, que presidían las voces masculinas.  
En esto Margaret fue precursora. Su antología rompió la omisión interna y el silencio exterior. Fue publicada en 1982 en Canada por Pulp Press Book Publishers y se convirtió en única; en consecuencia, funcionó como punto de partida para las épocas sucesivas, cuando varios autores se animaron a registrar la obra poética de las mujeres cubanas de varias generaciones.    
En 2016, Margaret abrió su lente con otra antología de poesía cubana que incluyó a 56 autores de ambos géneros: Solo el camino. La dedicatoria, además de recordar a Bladimir Zamora (1952-2016), habla por sí sola: FOR THE POETS OF CUBA, wherever in the world they live.




Este abril de 2018 Margaret volvió a México, donde ofreció varios conversatorios y charlas y se presentó en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con 12 poetas. Antología de nuevos poetas estadunidenses y El rizoma como un campo de huesos rotos, un recorrido que la editora María Vázquez calificó como “un brillante botón de muestra en la exuberante obra poética de Margaret”.
Al final de la visita apareció en El Bodegón de San Jerónimo, junto a su hija Ximena Mondragón, quien cocinó tres platillos de los incluidos en su libro Hunger’s Table, en el que los poemas son recetas y las recetas poemas. Fue un escenario relajado y cálido, muy adecuado para leer una selección del poemario.
Conozco la importancia que tiene México en la vida de Margaret. Y también infiero lo que significa Cuba, aunque nunca se lo pregunté. Sólo ahora, que la isla la vuelve a recibir cada año, incluso con el reconocimiento que merece, indago:

--¿Por qué otra vez Cuba, Margaret? ¿Qué lazo afectivo, emocional, tan fuerte te une a mi país?
--No tanto "otra vez" sino siempre. Cuba vive en mí. Viví allí once años (1969-1980). Aprendí muchísimo. La Revolución recibió a mis cuatro hijos cuando tuvimos que huir de México después de los sucesos de 1968. Ellos se educaron allí. Y, como los cubanos de la época, experimenté las maravillas de la Revolución así como sus equívocos y pobrezas.
Sufrí, sí, pero nunca concebí ese profundo proyecto de cambio social como una obra de magia sino como una obra hecha por hombres y mujeres—algunos brillantes y otros mediocres, malintencionados. Tu mencionas ese momento amargo en el que lamentaba que Casa de las Américas no me había invitado a su XX aniversario. No dudo que fue como dices, aunque yo lo he borrado de mi memoria, pues siempre pensé en Casa como una isla de libertad, y de hecho—y quizás principalmente por Haydée—la ha sido.
Y en años recientes Casa me ha mostrado nuevamente su cariño. Me invitó a participar como jurado de su concurso literario en el 2011, tal como me había invitado en el 1970. En Casa presentamos Only the Road / Solo el camino, la antología de ocho décadas de poesía cubana que Duke University Press me publicó en 2016. Y en 2017 se celebró en Casa mi cumpleaños número ochenta con enorme alegría y cariño. Precisamente en esa última celebración Arturo Arango y Alex Fleites hablaron acerca de las bofetadas que sufrí, que muchos sufrieron, en los años setenta. Revelaron cosas que ni yo conocía: por ejemplo, como siendo jóvenes que frecuentaban mi casa entonces, la Juventud [Unión de Jóvenes Comunistas] les había aconsejado no acercarse a mí. Sin embargo, ellos seguían visitándome, y así logramos amistades que han durado casi medio siglo. En esa historia se ve que no todos siguieron un camino cobarde, sino que algunos buscaron una libertad que en la época fue difícil. No se pueden borrar las injusticias de antaño, pero yo agradezco a la Revolución su capacidad de corregir, de rectificar. Y a los individuos—verdaderos revolucionarios desde mi punto de vista—que se arriesgaron y siguen arriesgándose con su actitud crítica y tratando de cambiar las cosas desde adentro.

--A grandes rasgos, ¿qué pasó en tu vida entre una antología y otra, de 1980 a 2016?

Muchas cosas, muchas. Y mucho hice yo también. Después de confrontar los problemas que tuve en Cuba, fui a vivir en la Nicaragua de los sandinistas, hasta 1984. Volví a Estados Unidos y tuve que luchar por quedarme en mi propio país de orígen, pues el gobierno de Reagan trató de deportarme por las opiniones contrarias a su política que aparecieron en algunos de mis libros. Esa batalla legal duró casi cinco años; finalmente la gané en 1989.
Me descubrí lesbiana: otro cambio grande en mi vida. Esa realización condujo a la maravillosa relación que tengo con mi esposa, la pintora Barbara Byers; ya tenemos más de 31 años juntas. Mis hijos crecieron y asumieron sus propias vidas. Aparte de Sarah y Ximena, que viven en México, mi hijo Gregory vive en el Uruguay y mi hija Ana en Brooklyn. Después llegaron los nietos—tengo diez—y más recientamente dos bisnietos.
En estos años que van desde una antologia a otra, escribí también muchos libros. Y traduje otros. Y claro, no se puede dejar de mencionar los cambios en el mundo: en mi país, en Cuba, en México, en todas partes. Nos amenaza un neo-fascismo que no podríamos haber imaginado cuando nos conocimos en Cuba en el siglo pasado. Eso nos exige nuevas ideas, estrategias, luchas. Con 81 años no tengo la energía que tuve entonces. Pero sí me parece que tengo otros dones: tal vez una capacidad de análisis que no tenía en mi juventud. Y quizás una tolerancia mayor, aunque no para los verdaderos criminales.

Gracias, Minerva, por invitarme a este espacio tan especial.

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