lunes, 2 de julio de 2018

Dos apuntes del día siguiente




Elijo dos afirmaciones de López Obrador en la noche de ayer que, en mi opinión, trascienden las épocas y el propio territorio nacional: el combate a la corrupción como su principal batalla; la negación a implantar una dictadura, abierta u oculta.
La corrupción es el eje transversal del ejercicio de gobierno en este país, un mal que afecta a lo político, lo administrativo y comercial, lo militar y policial, y alcanza la vida cotidiana de sus ciudadanos. Y lo es desde hace décadas. La corrupción implica la costumbre del engaño, la mentira, la hipocresía, ingredientes esenciales de la deshonestidad. La corrupción afecta el erario de los ciudadanos y es ella quien sostiene al crimen organizado, que sin los favores de los corruptos quedaría acorralado, desvinculado de la vida civil y sin apoyo de los mandos locales y verticales de gobierno, a expensas del acoso de una justicia desprovista de corrupción, claro.
Lo sabe Andrés Manuel: la corrupción, al grado en que se registra en México, impediría llevar a cabo con éxito el proyecto de justicia social que es la razón de ser de su movimiento. Abatirla, o al menos reducirla al mínimo posible, asediarla con constancia, haría viable la iniciación de ese proyecto durante el sexenio que se avecina.
El candidato favorecido, en el inicio de su primera intervención tras los resultados preliminares de la elección, decidió dar tranquilidad a los más inquietos, al afirmar en tono categórico que no se convertirá en un dictador. Decirlo a priori, es establecer una ruptura con esa izquierda en el poder que luego de prometer inclusión hizo todo lo contrario; al ser incapaz de escuchar a los no coincidentes con sus criterios eligió la vía de la censura y la descalificación, lo que la llevó a un lamentable aislamiento, de dramáticas consecuencias para sus pueblos.
La afirmación de Obrador se vincula así mismo con esa tradición de caudillismo que en nuestra América ha arruinado los mayores propósitos. Porque el caudillismo conduce directamente a la desconfianza en el ejercicio de los demás, especialmente las jóvenes generaciones, algo que alimenta ese desmedido afán por perpetuarse en el poder. Sobran ejemplos.
Es alentador, intuir que AMLO se alinea con proyectos menos escandalosos, pero tan eficaces como el de Uruguay. Aunque con la ventaja de ser un país pequeño, hay allí una cantera de logros sociales a imitar.
López recogió la ira popular creciente desde 20 años atrás y la hizo su patrimonio. Pero la ira es un elemento riesgoso y su utilidad deberá ser siempre transitoria. Una vez en el poder, la furia y el resentimiento deberán transformarse en voluntad de participación, en la creatividad necesaria a la fundación de un país distinto, en el cual la energía se dedique a encontrar las afinidades para abatir los males que lo lastran.
Hace muchos años asistí al nacimiento de una revolución armada a la que me uní con todo el entusiasmo y la fe de la juventud. La vida me da hoy la oportunidad de ser testigo de otra pacífica. En ese sentido soy una privilegiada. Aún me queda una reserva de entusiasmo. También un resquicio de fe. Son las humildes herramientas con las que me uno a esta nueva posibilidad para México y América.   

2 comentarios:

  1. ME PARECIÓ EXCELENTE. ME GUSTÓ MUCHO. DIGNO DE QUE LO LEYERAN MUCHA GENTE. UN ABRAZO, M.

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  2. Margaret Randall4 de julio de 2018, 9:25

    Muy buena columna, Minerva. Gracias. Vimos desde aca, nerviosos pero esperanzados, el conteo de los votos. Todos por AMLO. Se que su tarea va a ser dificil, pero confio en que puede hacer mucho. Dentro del escenario terrible de tantos paises, Mexico ahora es una luz

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